Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
Melvin J. Blanc (1908-1989), más conocido como Mel Blanc, fue uno de los actores de doblaje más famosos del siglo XX. Llegó a registrar más de 1400 voces distintas —de ahí su apodo «el hombre de las mil voces»— y se hizo famoso durante la era dorada de los estudios de animación, para los que puso voz a unos cuatrocientos personajes de dibujos animados, principalmente de Warner Bros. y Hanna Barbera: Bugs Bunny, Porky, el Pato Lucas, el Pájaro Loco, Piolín y el gato Silvestre, Sam Bigotes, el Gallo Claudio, Charlie Dog, Coyote y el Correcaminos, Speedy González, el Demonio de Tasmania, Elmer Gruñón, Pablo Mármol y Dino (de Los Picapiedra), Sr. Cosmo (de Los supersónicos), el gato Isidoro…
Era tal su obsesiva pasión por el trabajo que, según cuentan, en la vida real cambiaba con frecuencia de voz y empezaba a comportarse como uno de sus personajes.
En enero de 1961 sufrió un grave accidente automovilístico en Hollywood, con múltiples fracturas de pelvis, extremidades inferiores y triple fractura de cráneo que le dejó en coma. En el hospital recibió unas 15 000 cartas de admiradores, buen número de ellas dirigidas a «Bugs Bunny, Hollywood, California».
“Mel Blanc puso voz a unos cuatrocientos personajes de dibujos animados: Bugs Bunny, Porky, el Pato Lucas, Piolín…”
El personal sanitario y sus familiares le hablaban cada día con la esperanza de que despertara, pero sin éxito durante más de dos semanas. Hasta que, un día, uno de los neurólogos tuvo la ocurrencia de dirigirse no a Mel directamente, sino a uno de sus personajes. Le dijo «How are you feeling today, Bugs Bunny?»; Blanc respondió con voz débil de conejo: «Eh…, just fine, Doc; how are you?». A continuación, el médico le preguntó si también Tweety (Piolín) estaba allí, y respondió con la voz del pajarito «I tot I taw a puddy tat».
En su autobiografía That’s Not All, Folks! (1988), Mel Blanc aseguraba no recordar nada de los días que pasó en coma, pero que estaba convencido de que se habría quedado para siempre en estado vegetativo de no haber sido porque Bugs Bunny le salvó la vida.
Fumador de cigarrillos desde los 9 años, Mel Blanc falleció de EPOC a los 81 años, y en su tumba puede leerse bajo una estrella de David el siguiente epitafio, elegido por él mismo: «That’s all folks» (¡Eso es todo, amigos!), el conocido latiguillo final de los dibujos animados de Warner Bros.
Como derivado directo evidente de la palabra mar, la lógica nos dice que el mareo debería afectar en rigor solo a quienes realizan un viaje en barco por mar. De hecho, así definía Sebastián de Covarrubias hace cuatro siglos el verbo marearse: «acontece a los que entrando en la mar se les turba la cabeça y rebuelve el estómago, y truecan cuanto tienen en el cuerpo; de ordinario es cosa saludable, como no dure mucho tiempo».
Ocurre a menudo, no obstante, que la etimología está reñida con la lógica, y hoy los hispanohablantes igual podamos marearnos en barco que en coche, en tren o en avión. Algo impensable para quienes hablan inglés, que dentro de la cinetosis o travel sickness distinguen claramente entre sea sickness, car sickness, train sickness y air sickness.
Parecida ampliación semántica desde la mar observamos en el nombre que recibe uno de los síntomas más característicos del mareo: las náuseas. La voz griega naus (barco) nos ha dejado el adjetivo náutico, la moderna aeronáutica y el sufijo –nauta que damos a cualquier navegante: desde los argonautas que acompañaron a Jasón en su viaje a la Cólquida para recuperar el legendario vellocino de oro, hasta los modernos internautas y cibernautas que navegamos por la interred, pasando por los astronautas que han viajado al espacio.
Los griegos llamaron nausía a las ganas de vomitar que el balanceo de un barco despierta en las personas poco habituadas a la navegación. Nosotros hemos conservado ese mismo nombre, náusea, pero ampliando su significado para cubrir todas las causas de esa desagradable sensación: desde las náuseas que sienten muchas mujeres durante el primer trimestre del embarazo hasta las provocadas por la vista de algún alimento nauseabundo, pasando por la nausée o náusea existencialista de Jean-Paul Sartre.
En el enésimo capítulo de la manía imperante por el lenguaje políticamente correcto, el Museo Británico de Londres y los Museos Nacionales de Escocia anunciaron a finales de enero que dejarán de usar en lo posible el término mummy (momia), considerado deshumanizador.
En su lugar, proponen pasar a decir mummified person (persona momificada) o mummified remains of Tutankhamun (restos momificados de Tutanjamón, por poner un ejemplo).
Los museólogos británicos hablaban bien en serio, pero la ocurrencia, que parece de chiste, inspiró a Javi Salado, humorista gráfico de La Tribuna de Toledo (y otros periódicos del Grupo Promecal), una tira en la que ironizaba con los títulos que daríamos hoy a las grandes cintas clásicas de terror de la Universal; con algún retoque al pasar por mi teclado, podrían quedar más o menos así:
Antes… ¡¡¡La momia!!!; ahora… El resto de persona momificada.
Antes… ¡¡¡Drácula!!!; ahora… El aristócrata insomne degustador de plasma.
Antes… ¡¡¡Frankenstein!!!; ahora… La víctima de acoso por las secuelas de una intervención quirúrgica no consentida.
Antes… ¡¡¡El hombre lobo!!!; ahora… La persona de género masculino con hipertricosis en plenilunio.
El día 11 de junio de 2021, el grupo de la bioquímica y neurocientífica canadiense Fiona Doetsch en el Biozentrum de la Universidad de Basilea publicaba en la revista Science un artículo en el que se daban a conocer dos nuevos tipos de células neurogliales: los intraventricular oligodendrocyte progenitors (progenitores de los oligodendrocitos intraventriculares) y las gordita cells (células gorditas). ¿Un neologismo neurocitológico en pleno siglo XXI? En efecto; así las presentan en el artículo:
“We identified an astrocytic cell type, which we named gorditas, with a rounded soma with short GFAP+ processes, enriched in the septal side and rare in wild-type mice”.
Cuentan que la primera firmante del artículo, la española Ana C. Delgado, viendo al microscopio que estas células eran rechonchas y muy diferentes a los demás astrocitos, exclamó en voz alta: «son gorditas». Y como gorditas, en español, se quedaron ya para la posteridad.
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