Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
Uno de los signos más llamativos de la progresiva infantilización de la sociedad actual —inicialmente un rasgo muy usamericano, pero que se ha ido globalizando junto al resto de la cultura made in USA— estriba en el hecho de que los científicos bien creciditos de hoy en día —con toda su barba o todos sus tacones— tiendan a inspirarse cada vez con más frecuencia en personajes infantiles. Si los naturalistas de antaño tomaban a menudo como fuente de inspiración la Sagrada Escritura, los poemas homéricos, la mitología clásica o la gran literatura, hoy no es nada raro que presuman de inspirarse en la octalogía de Harry Potter o en personajes de dibujos animados como Mickey Mouse, los Picapiedra, Tom y Jerry, la Pantera Rosa, Bugs Bunny, los Simpson, Dragon Ball y Popeye.
O en una serie estadounidense de bajo presupuesto, ambientada en el fondo del mar, que se estrenó en 1999 sin grandes aspiraciones, pero rápidamente cosechó un éxito impresionante de crítica y de público (de todas las edades), hasta convertirse en una de las series de animación más populares de la historia. Por título, el nombre de su protagonista: SpongeBob SquarePants (literalmente, algo así como «Bob Esponja Pantalones Cuadrados»), una esponja marina rectangular de color amarillo (de hecho, se parece más a una esponja comercial de cocina o de baño que a una auténtica esponja de mar), con grandes ojos azules y una boca de paletas prominentes.
En el año 2011, en el número de mayo de la revista Mycologia, tres biólogos describieron un hongo procedente de Malasia, perteneciente a la familia Boletaceae y de apariencia externa muy parecida a la de una esponja marina. Por su pinta espongiforme, su color amarillo anaranjado (que les recordaba a Bob Esponja) y el aspecto de su hirmenio observado al microscopio electrónico de barrido, que asemejaba un fondo marino supuestamente evocador del hogar ficticio de Bob Esponja (en la ciudad de Bikini Bottom, con juego de palabras difícilmente traducible al español), decidieron bautizarlo Spongiforma squarepantsii.
Cuentan que los directores de la revista rechazaron inicialmente tal pretensión, pero los tres descubridores estadounidenses (Dennis E. Desjardin, Kabir G. Peay y Thomas D. Bruns) hicieron valer su derecho, amparado por las normas taxonómicas internacionales, a bautizar el nuevo hongo boletáceo con el nombre de su preferencia. Una preferencia, en cualquier caso, llamativamente infantiloide.
A cualquier médico que haya acompañado a sobrinos, hijos o nietos al cine a ver Shrek (2001), Shrek 2 (2004), Shrek the Third (2007) o Shrek Forever After (2010), seguramente le habrá llamado la atención la pinta de acromegálico que tiene el ogro verde protagonista de esta franquicia jolivudiense de animación. Y no parece que haya sido por casualidad, no.
Una rápida investigación en la multimalla mundial me confirma de inmediato que en el mundillo cinematográfico es un secreto a voces que los creativos de DreamWorks Animation se inspiraron para el aspecto físico de Shrek en la figura de un acromegálico de carne y hueso: Maurice Tillet (1903-1954).
Francés de ascendencia rusa, el joven Maurice tuvo que decir adiós a sus sueños de ser abogado cuando un médico le diagnosticó acromegalia a los 18 años.
Tras servir durante varios años en la Armada francesa, en 1937 optó por sacar partido de su aspecto físico y se hizo luchador profesional; en 1939, el comienzo de la II Guerra Mundial le llevó a abandonar Europa y pasar a los Estados Unidos, donde con el apodo The French Angel cosechó un éxito inmediato entre los aficionados al wrestling o lucha libre profesional.
Conocido entre el gran público como «the freak ogre of the ring» (el monstruoso ogro del cuadrilátero), encadenó una racha impresionante de victorias durante 19 meses consecutivos hasta alzarse con el campeonato mundial de los pesos pesados en mayo de 1940 y pulverizar todos los récords de ingresos en taquilla en los años siguientes.
En las fotos históricas que se conservan de Maurice Tillet, que son muchas, el parecido con Shrek salta a la vista. Los directivos de DreamWorks, sin embargo, han negado reiteradamente haberse inspirado en él para crear el personaje del ogro verde (ignoro si por cuestiones de derechos de autor que pudieran reclamar los herederos del Ángel Francés).
Quien haya asistido a una clase de neuroanatomía —o la haya impartido como docente— sabe que hay una estructura anatómica que siempre, invariablemente, suscita risitas, guiños y comentarios procaces entre los estudiantes de los primeros cursos de medicina: el putamen, que es la porción más lateral del núcleo lenticular y compone, junto con el núcleo caudado, el neoestriado.
Pese a su voluptuosa similitud con voces como muslamen, caderamen y culamen, no guarda el putamen, no, relación alguna con las hetairas, el putiferio, las casas lupanarias ni los barrios de lenocinio. De hecho, su nombre se lo debemos a un neuroanatomista alemán de lo más serio y formal: Karl Friedrich Burdach, primero en describir la porción externa del núcleo lenticular en el segundo tomo (1822) de su influyente tratado Vom Baue und Leben des Gehirns. Y acuñó para ella, siguiendo la tradición anatómica, un doble nombre en lengua vernácula (Schale) y en lengua latina (putamen).
El término putamen, que guarda relación con el verbo putare (podar), designaba inicialmente en latín lo que se poda o se quita por inútil; pero ya los antiguos romanos lo usaron para todo tipo de desperdicios: no solo ramas y hojas, sino también cortezas y cáscaras de frutos. En la obra de Plinio y otros naturalistas latinos, por ejemplo, encontramos putamen aplicado a diversas cubiertas resistentes, como el caparazón de las tortugas, la cáscara de una nuez y la cáscara del huevo. No extraña, pues, que Burdach —buen conocedor del latín, como todos los médicos alemanes de su época— recurriera al latín putamen para traducir la palabra alemana Schale, cáscara.
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