Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
Durante siglos, España ha sido el mayor productor mundial de mercurio, único metal líquido a temperatura ambiente. Y ello fue así porque las minas de Almadén, en la provincia de Ciudad Real, constituyen el mayor yacimiento jamás conocido de cinabrio, mineral del que se extrae el mercurio. Las reservas de cinabrio de Almadén, las mayores de la Tierra, eran ya objeto de explotación comercial en el siglo I de la era cristiana, según consta en los escritos de tratadistas romanos como Estrabón, Plinio y Vitruvio. Y se mantuvieron en explotación de forma ininterrumpida hasta el año 2002, cuando la desaparición de los tradicionales termómetros de mercurio llevó a su cierre. Durante todos esos siglos, se calcula que de las minas de Almadén se llegaron a extraer más de 250 000 toneladas del preciado metal líquido.
Históricamente, el mercurio ha tenido numerosas aplicaciones industriales, como la fabricación de espejos, termómetros, explosivos, empastes odontológicos y lámparas fluorescentes. En terapéutica, además, los compuestos mercuriales se emplearon como diuréticos, antisifilíticos, purgantes, antisépticos y antiparasitarios.
La elevada toxicidad del mercurio, no obstante, ha ido haciendo caer en desuso muchas de sus aplicaciones. Y es que la exposición prolongada o repetida al mercurio puede tener efectos nocivos sobre el organismo, con un cuadro de intoxicación crónica conocido como ‘mercurialismo’ o ‘hidrargirismo’ y caracterizado por alteraciones digestivas y renales, pero sobre todo del sistema nervioso. Las manifestaciones neurológicas típicas del mercurialismo son el complejo sintomático llamado ‘eretismo mercurial’ (timidez excesiva, irritabilidad, depresión, ansiedad, insomnio, temor, amnesia, debilidad muscular, sueño agitado, labilidad afectiva) y, sobre todo, un temblor característico que suele iniciarse en la lengua, labios, párpados y dedos de las manos en forma de temblor fino. Posteriormente, se extiende a las manos en forma de temblor rítmico interrumpido por contracciones musculares bruscas, que aparece por ondas y aumenta con la excitación.
Hoy al elemento químico de número atómico 80 lo llamamos ‘mercurio’, pero hasta bien entrado el siglo XIX fue habitual conocerlo en español por su nombre árabe azogue. Y azogados, lógicamente, eran los temblequeantes enfermos que padecían una intoxicación mercurial.
Habiendo sido España durante siglos el mayor productor mundial de mercurio, se entiende que la intoxicación profesional por mercurio tuviese en nuestro medio gran prevalencia. Se explica así que el característico temblor mercurial del hidrargirismo haya pasado a la lengua popular, en la frase hecha «temblar como un azogado», para designar cualquier temblor llamativo. Copio a continuación dos ejemplos ilustrativos de este uso, nada menos que en el Quijote de Cervantes:
Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmose Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo: […] y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían. A cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado. [1.ª parte; capítulo XIX]
Levantado, pues, en pie don Quijote, temblando de los pies a la cabeza como azogado, con presurosa y turbada lengua dijo […]. [2.ª parte; capítulo XXXII]
¿De dónde viene la palabra ‘hueso’? Fácil: del latín vulgar ossum, variante a su vez del latín clásico os, ossis. Idéntica procedencia tiene la palabra que recibe el hueso en otras lenguas neolatinas, como el francés, catalán y rumano os, el gallego óso, el italiano y portugués osso, y el aranés ues.
Pero, ¿y la h? ¿De dónde ha salido en español esa h que no encontramos ni en el latín original ni en ninguna otra lengua derivada del latín?
Para entenderla hay que viajar en el tiempo o recordar que hubo una época en que la u y la v podían representar por igual tanto el fonema vocálico como el consonántico. En los viejos textos e inscripciones, por ejemplo, podemos encontrar vniuersidad, uniuersidad y vniversidad, que se entendía por igual sin problemas; y lo mismo pasaba con palabras como vna (claramente fonema vocálico) y priuiligeios (claramente fonema consonántico).
Palabras como ueso o uevo, en cambio, no eran nada fáciles de interpretar, porque admitían ambas pronunciaciones y se prestaban a confusión. Los escribas de entonces tomaron por costumbre añadir una h inicial para indicar que, en esas voces, la u era vocal y no consonante. Y así seguimos haciéndolo hoy por mera costumbre, aunque en realidad ya no nos haga falta. Eso explica que escribamos hueso con h, pero osamenta, óseo, osículo, osificación, osificarse y osifluente sin ella. O que escribamos huevo (del latín ovum) con h, pero oval, ovalado, ovario, oviducto, ovíparo, ovocito, ovogonio y ovulación sin ella.
En España, el trece está considerado número de mal agüero, y es una superstición que algunos se toman muy en serio. He viajado, por ejemplo, en aviones sin fila número 13; en Madrid no existe línea 13 ni de metro ni de autobús; y sé de bastantes clínicas y hospitales que carecen de habitación número 13 o de planta 13. En uno de ellos, era incluso costumbre decir entre colegas que «el doctor Fulano de Tal está pasando visita en la 13» cuando queríamos dar a entender, sin que los pacientes o familiares presentes captaran la idea, que se estaba tomando un pincho de tortilla en la cafetería.
En Japón, las supersticiones relacionadas con los números guardan relación con su pronunciación y afinidades semánticas. El número 4, por ejemplo, se pronuncia shi, exactamente igual que la palabra ‘muerte’ en japonés, y el 9 se pronuncia ku, que significa ‘dolor’. Por eso se consideran números de mala suerte en el ámbito sanitario. No he visitado nunca el Japón, pero me cuentan que hay allí hospitales donde no existen las habitaciones 4 y 9; y esta superstición se hace extensiva a números como el 42 (shi-ni, que se pronuncia igual que el verbo ‘morir’) o el 24 (ni-shi, esto es, ‘muerte doble’). Me dicen, incluso, que en las maternidades japonesas es frecuente que no haya ninguna habitación 43, porque shi-zan (43 en japonés) significa también ‘parto de mortinato’.
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