Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
“Tengo cáncer. Me voy a morir, ¿sabes?”. Esta frase, oída hace quince años, todavía suscita una emoción intensa en mí. Hace tiempo, un cáncer de colon y una posterior infección tozuda, con fiebre, hizo veranear en el hospital a un amigo. Este verano, una situación semejante.
“¡Aquí estoy, en este balneario!”, escribía antes de pasar por quirófano. Tenemos un grupo grande de amigos y nos comunicamos por ‘whatsapp’. Yo iba a ser el único que estaría aquí, y algunos me pidieron que les informara de cómo iba la aventura, y esto es lo que intercambiamos en mensajes.
Cuatro horas en el quirófano. Cuatro tumores. Llega a la planta. Rodeado de familiares, entra en la habitación uno de sus hermanos:
—Antes de nada, decidme lo importante: ¿cómo va el Madrid?.
Todos los días mandaba un pequeño mensaje con las novedades: “Está ‘cableado’. Cuatro sondas que por ahora funcionan bien. La enfermera acaba de cambiar las bolsas”.
—¿Cómo va a quedar el Bilbao-Barça? —le pregunté.
—El Bilbao no tiene ninguna posibilidad.
Tras el 4-0, mensaje: “Progresa adecuadamente, pero le han quedado las facultades proféticas averiadas”.
Los médicos le preguntan:—¿Ha hecho de vientre? ¿Ventosea?
Aún no. “Parece que hoy ya se ha tirado un pedete, pero como va a la bolsa, queda como muy apagado el sonido”.
“Habemus defecatio” fue recibido con una magnífica avalancha de comentarios, ante tan gran acontecimiento.
“Aquí acompañante transmitiendo ronquidos del paciente. La sonda, a tomar por saco de un tosido esta noche”.
Me ha parecido fantástico el buen humor y la chufla que han generado él, familia y amigos a su alrededor y que creo que ha servido para sostener el ánimo. Pero no ha sido fácil. He vivido de cerca su recuperación, la fuga en una costura, repetición de la operación y vuelta a empezar. Las subidas de ánimo y las bajadas en picado por las noticias.
—Hay que volverte a operar. Esta misma noche. En cuanto haya un quirófano, entras —dijeron los médicos.
—Estoy asustado —declaraba.
Tras diez días, vuelta a empezar. Mensaje: “La idea de tener una sonda de nuevo en el pito no le entusiasma”.
“Duele leer lo que escribes”, me dijeron. No he ahorrado hechos. Sí adjetivos. Cuando escribí: “Esto marcha”, todo se empezó a torcer. “Comió, merendó, cenó y vomitó”.
—Pues estaban buenos el puré de zanahoria y la compota —dijo.
—Ha tenido mala suerte: hubo fuga; y buena suerte: sólo salió líquido por la fisura, de haber salido heces, septicemia y final en un mes —nos dijeron.
Su modo de describir los hechos era peculiar: “Tengo el pito como una morcilla de Burgos. Sangra. Ya han venido a ponerme la sonda ahí otra vez. Otras enfermeras distintas. Creo que tengo el pitilín más visto de todo el hospital”.
—Estás más elegante con la faja azul —le dice el cirujano que le operó.
Por la tarde, tras lavarla, tenía una blanca.
—Veo que has cambiado de cofradía.
La relación con los pacientes en cualquier profesional de la Medicina es curativa. El ánimo ayuda a recuperarlos. Por eso, entre uno tieso y otro capaz de suscitar una sonrisa, hay un abismo.
Admiro el coraje y la lucidez con que se enfrentó al cáncer. Es la segunda vez. El anterior capítulo, hace cinco años, leucemia. “Si hay que morir, se muere y en paz. Agradecido a la vida por mi familia y mis amigos”, nos escribía.
Vi un vídeo donde una mujer hablaba en el funeral de su marido. En algunos países es costumbre comentar algo de la vida del difunto:
—Sé que os puede resultar chocante, pero os voy a hablar de la conducta en la cama de mi marido. ¿Habéis intentado arrancar el coche y no funcionaba? Grrruuuuoooommm, una y otra vez. Pues bien, así era como roncaba. Y alguna vez, en medio de la noche, se tiraba unos pedos estruendosos y se despertaba. ¿Has oído eso?, me preguntaba. Es el perro, cariño. Vuelve a dormir, le decía. Pero hoy no sé qué daría para volver a escuchar esos ruidos, que me indicarían que aún está con nosotros. Deseo que mis hijos tengan la suerte de encontrar en la vida alguien con quien puedan compartir tanto amor y tanta alegría como yo con vuestro padre.
Eduardo Galeano comentaba tras la muerte de un gran amigo, su perro, que estaba muy triste. Salió a la calle y vio a una niña pequeña que iba a la escuela agarrada de la mano de su papá. —¡Buenos días, hierbecita! ¡Buenos días, pequeña flor!
La niña iba saludando contenta, dando saltos, a todo lo que se cruzaba por su camino. Le han dicho que tiene un ojo en un telescopio y otro en una lupa. Es bueno ver las grandes verdades y las pequeñas realidades, que están ahí y nos ayudan a vivir.
En la película ‘Tootsi’, en los barrios de Johannesburgo, el protagonista, de 19 años, un delincuente sin sentimientos, sigue a un mendigo tetrapléjico para matarlo.
—¿Por qué quieres vivir así, como un perro, arrastrándote toda tu vida? —le pregunta.
—Me gusta el calorcito que me da el sol por las mañanas.
A veces, cuando me preguntan qué tal estoy, contesto: “Sigo vivo”. Como excusa, cuento que voy en bici, y últimamente parece que en tres rotondas, y con puertas de coches que se abren, soy invisible, así que me considero muy afortunado por el hecho de seguir vivo, por ahora.
—Parece que nos reímos un poco de la muerte, ¿verdad? Pero es mejor hacerlo ahora, que tenemos tiempo. Luego ya, casi como que no te entran ganas. A no ser que seas de uno de esos gremios que celebran la muerte como una fiesta —comento.
—Pasaré de ser materia a ser energía, o de ser cuerpo a ser alma, o de estar aquí a estar en otro estado.
Esto no se entiende bien, pero tampoco es fácil para un embrión o un feto entender la vida fuera del cuerpo materno.
Afrontar esta aventura de morir nos ayuda a vivir y a reír, mientras podamos…
Ya en su propia casa, le llamo:
—24 días en el hospital y he perdido 8 kilos.
—Quitándose el colon, así cualquiera
—comentamos.Con perspectiva, parece que la vida “no deja de ser cómica porque un hombre muera, ni deja de ser trágica porque un hombre ría” (G.B. Shaw).
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