Aspirina / ‘Mindfulness’ / ¡Las mujeres, ay, qué lindas son! / ¿Endócrino o endocrino?

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

¿DE DÓNDE VIENE?

Aspirina

Médicos, curanderos y herboristas sabían desde antiguo que tanto la corteza del sauce blanco (Salix alba) como la reina de los prados (hoy Filipendula ulmaria, pero antiguamente llamada Spirea ulmaria) tenían propiedades analgésicas y antitérmicas. Se había aislado incluso su principio activo, el ácido salicílico (llamado en alemán Salizylsäure, si se obtenía del sauce, o Spirsäure, si se obtenía de la reina de los prados), pero tenía dos serios inconvenientes para su aplicación clínica: su desagradable sabor y sus efectos secundarios (náuseas, vómitos e inflamación de las mucosas del tubo digestivo).

Así estaban las cosas a fines del siglo XIX cuando, el 10 de agosto de 1897, el químico alemán Felix Hoffmann, empleado de los Laboratorios Bayer en Elberfeld (Alemania), dio con la solución a estos inconvenientes. Como sucede a menudo, Hoffmann se había interesado por la cuestión del ácido salicílico debido a motivos puramente personales: su padre, que padecía de reúma, tenía muchos problemas para tolerar el tratamiento con salicilato sódico y sus molestos efectos secundarios. Por combinación del ácido salicílico con ácido acético, Felix Hoffmann creó un compuesto —Acetylspirsäure o ácido acetilsalicílico— de sabor neutro y mucho mejor tolerado. El 1 de febrero de 1899 se registró el nuevo medicamento en el registro imperial de patentes de Berlín con el nombre comercial de Aspirin, formado por las iniciales de los dos elementos que intervienen en el nombre químico alemán del ácido acetilsalicílico (Acetyl y Spirsäure) y el sufijo -in común a buen número de medicamentos.


¡QUÉ DIFÍCIL ES EL INGLÉS!

‘Mindfulness’

El término que nos ocupa se acuñó en inglés por traducción directa del vocablo sati, que en lengua pali designa una práctica esencial del budismo, por la que una persona se concentra de forma intencional y consciente en permanecer atenta a sus pensamientos y a sus actos en el momento presente, pero sin entrar a juzgarlos ni a valorarlos.

Muy recientemente, el término mindfulness ha pasado en los EE.UU. del budismo a la psicología conductual, fundamentalmente como consecuencia de la intensa labor de Jon Kabat Zinn en Massachusetts. Y desde allí, como era de esperar, se ha difundido también al resto del mundo. Lo que resulta más curioso es que ahora los psicólogos de muchos países adopten el anglicismo mindfulness por considerar que en sus respectivas lenguas no existe un equivalente exacto. Si el inglés ha podido traducirlo del pali —aun siendo obvio que existen enormes diferencias semánticas entre sati y mindfulness—, ¿por qué no podemos nosotros hacer lo mismo, ya sea partir del pali o a partir del inglés?

En el ámbito del budismo, sati se ha venido traduciendo al español como atención. Si ese término se considerara ahora insuficiente para expresar en su totalidad el nuevo concepto en psicología, siempre nos queda el recurso a los calificativos: atención consciente, atención plena, atención exclusiva, atención concentrada (o reconcentrada), concentración activa, percepción consciente, consciencia plena (o atención y consciencia plenas); cualquiera de estas soluciones sería preferible, en mi opinión, al calco mindfulness, pues este no le dice absolutamente nada a quien no conozca de antemano el concepto que pretende designar.


EL FABULOSO CIRCO DE LOS NOMBRES CIENTÍFICOS

¡Las mujeres, ay, qué lindas son!

Charles Hogue fue uno de los grandes entomólogos del siglo XX, profesor de la Universidad de California, dipterólogo tropical (esto es, especialista en las moscas de Iberoamérica), fundador de la etnoentomología y director de la sección de insectos en el Museo de Historia Natural de Los Ángeles, hasta su muerte en 1992.

En 1973, publicó una monografía sobre el género Maruina, un género de moscas psicódidas especialmente abundantes en muchos países de Centroamérica y Suramérica. Es de suponer que Hogue hubo de quedar muy gratamente impresionado por la exuberante belleza de las mocitas hispanoamericanas durante sus frecuentes visitas a esos países para documentarse sobre el terreno. De otro modo no se explica que, para dar nombre a muchas de las nuevas especies de maruinas por él descubiertas, echara mano de epítetos cariñosos y arrumacos en nuestra lengua, como Maruina amada, M. amadora, M. chamaca, M. chamaquita, M. chica, M. cholita, M. dama, M. muchacha, M. querida, M. nina, M. tica y M. vidamia.

Para que luego digan que el español no ha aportado apenas términos al lenguaje científico internacional. En esa lista de especies bautizadas por Charles Hogue es fácil reconocer las voces españolas originales; algunas de ellas, propias del español internacional; otras, solo reconocibles en el ámbito local, como es el caso de chamaca o chamaquita (‘novia’ en Méjico; ‘muchacha’ o ‘niña’ en Cuba, El Salvador, Honduras y Méjico también), de cholita (‘mujer humilde’ o ‘campesina’ en Ecuador, Perú, Bolivia y Chile) y de tica (apelativo cariñoso para las mujeres de Costa Rica); otras, por último, algo deformadas en su paso al latín, como sucede con esas nina (por ‘niña’, puesto que la ñ no se admite en la nomenclatura zoológica latina) y vidamia (por fusión de ‘vida mía’). ¡Vida mía! ¿Qué ardientes, desenfrenadas y tórridas historias de amor —reales o tan solo imaginadas— no viviría Charles Hogue mientras se documentaba para su sesuda monografía sobre el género Maruina?


DUDAS RAZONABLES

¿Endócrino o endocrino?

La norma etimológica es sencilla: todos los tecnicismos terminados en -crino, que indican secreción, deben ser en español voces llanas, sin tilde, porque su i corresponde a una vocal larga en griego, que pasa al latín también como vocal larga y en español da sílaba tónica. Conviene escribir, pues, endocrino, y también amacrino, apocrino, autocrino, ecrino, exocrino, heterocrino, holocrino, merocrino y paracrino. En Méjico, no obstante, es claramente mayoritaria la acentuación anómala de todas estas palabras como si fueran esdrújulas (endócrino, amácrino, apócrino, autócrino, écrino, exócrino, etc.), y la Real Academia Española, en virtud de su uso tan extendido, la da por buena con la marca de localismo o mejicanismo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.