Agar / cosa de niños /

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

CURIOSIDADES MÉDICO-LINGÜÍSTICAS

Agar: de la cocina al laboratorio

La historia del agar es curiosa por varios motivos. Por un lado, nos enseña que el lenguaje internacional de la medicina no toma exclusivamente términos de las grandes lenguas antiguas (griego, latín y árabe clásicos) y modernas (inglés, francés, alemán), puesto que agar procede nada menos que del malayo. Por otro, que las aportaciones científicas de primer nivel no siempre fueron obra de grandes sabios de luengas barbas en prestigiosos laboratorios y centros de investigación, sino también de grandes mujeres que no pisaron las aulas universitarias.

Año 1881, en los mismos albores de la microbiología: un joven médico rural alemán destinado en la zona minera de los Montes Metalíferos (Erzgebirge), en la frontera checa de Sajonia, acude al laboratorio de Robert Koch en Berlín para formarse en las técnicas bacteriológicas. Se llama Walther Hesse, se interesa fundamentalmente por la higiene y desea investigar la contaminación ambiental, para lo cual aprende a preparar cultivos del aire y el agua en tubos revestidos de gelatina. Cuando intenta realizar estudios de campo en Dresde y Schwarzenberg, no obstante, se encuentra con un problema de difícil solución: en el verano, las altas temperaturas hacen que la gelatina se funda y sus cultivos se malogren.

Walther estaba casado con Angelina Fanny Eilshemius, nacida en Nueva York en el seno de una familia suizo-holandesa de emigrantes. Y observa extrañado que, en su casa de Sajonia, su esposa Lina prepara sin problemas gelatinas, púdines y postres varios que no se funden con el calor. Al preguntarle por el truco, Lina le responde que de joven, en Nueva York, aprendió a usar un alga marina llamada «agar-agar» por consejo de una vecina holandesa que había vivido en Java (la mayor de las Islas Orientales, que fuera colonia holandesa durante dos siglos). En el Extremo Oriente, de hecho, esta gelatina llevaba usándose desde hacía siglos en la cocina, también en las islas de tórrido clima ecuatorial, como Java y Borneo.

Walther Hesse traspasó con éxito este secreto de cocina de Lina a sus tubos de cultivo bacteriológico. Y comunicó a su maestro Robert Koch el hallazgo. El agar ofrecía numerosas ventajas con respecto a las gelatinas utilizadas hasta entonces (y no solo hasta entonces: el agar sigue siendo el principal medio de cultivo en bacteriología), puesto que permitía preparar un medio nutritivo sólido y transparente, que no se licuaba por acción de las enzimas bacterianas ni con las altas temperaturas, y que además podía esterilizarse y mantenerse estable a largo plazo, lo que hacía de él un soporte ideal para cultivar microbios de crecimiento lento, como las micobacterias.

Robert Koch se sirvió del agar, de hecho, para aislar e identificar el bacilo causal de la tuberculosis: Mycobacterium tuberculosis, el bacilo de Koch. Y cuando publicó su sensacional descubrimiento (que le valió el premio Nobel de Medicina) mencionó el uso del agar como medio de cultivo, pero sin citar la aportación de Walther y Lina Hesse, por lo que durante mucho tiempo se atribuyó erróneamente a Koch la introducción del agar en el laboratorio de microbiología.


CITAS LITERARIAS

Los idiomas, cosa de niños

¿Verdad que resulta pasmoso oír hablar a un niño de tres o cuatro añitos y comprobar cómo, sin haber oído nunca hablar de sintaxis, conjunciones o verbos irregulares, se expresa con una soltura y una corrección que para sí quisieran los estudiantes de una lengua extranjera al término de toda una filología?Tan acostumbrados estamos a ello, que ya no nos choca apenas cuando se trata de un tierno infante hablando en nuestro idioma. Pero no podemos menos que admirarnos ante un niñito irlandés usando con toda propiedad las endemoniadas preposiciones inglesas, o una cría austríaca declinando sin pestañear los artículos del alemán en perfecto genitivo, acusativo, dativo y nominativo.

Creo que nadie ha sabido expresar esta extrañeza con tanta precisión y agudeza como el poeta ilustrado Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780), en su famoso epigrama «Saber sin estudiar»:

Admirose un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es,
—dijo, torciendo el mostacho—
que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho.»

Ya sabemos, pues, cuál es el truco: para aprender bien y sin esfuerzo el francés (o el inglés o el alemán o el ruso…), solo tenemos que volver a hacernos niños. ¡Lástima que el reloj biológico no traiga incorporada ruedecilla de marcha atrás!


DUDAS RAZONABLES

¿Léntigo o lentigo?

En el lenguaje médico, no son nada raros los tecnicismos derivados de palabras latinas terminadas en –igo, que plantean dos problemas frecuentes en español:

1) El primero de ellos es la acentuación. Dado que la penúltima vocal de todas las palabras latinas terminadas en –go era larga en el nominativo, en latín estas palabras tenían acentuación llana. Muchas de ellas siguen conservando esta acentuación en castellano: tal es el caso de albugo, fuligo, imagen (del latín imago), lanugo, lumbago, origen (del latín origo), virago y virgen (del latín virgo). A otras, sin embargo, el uso las ha convertido en esdrújulas, como ha sucedido con cartílago, impétigo, mucílago o vértigo.

Son comprensibles, pues, las dudas que muchos médicos albergan a la hora de acentuar algunos de estos tecnicismos médicos de origen latino: ¿intertrigo o intértrigo?, ¿lentigo o léntigo?, ¿prurigo o prúrigo? En todos estos casos de uso dudoso, soy partidario de dar preferencia en español a la acentuación etimológica (intertrigo, lentigo y prurigo), que es también la única admitida por la RAE.

Incluso en el caso especialmente dudoso del latín vitiligo, todavía no incluido en el diccionario académico, prefiero también la acentuación llana etimológica ‘vitiligo’, predominante en América, a la esdrújula antietimológica ‘vitíligo’, predominante en España.

2) El segundo es el género gramatical. Las palabras terminadas en –go eran femeninas en latín, pero en español han adoptado todas, sin excepción, el género masculino: el cartílago, el impétigo, el intertrigo, el lanugo, el lumbago, el prurigo, el vértigo, el vitiligo, etc. Conviene tenerlo bien en cuenta cuando encontremos en inglés expresiones latinas como lentigo maligna, por ejemplo, que para nosotros será «lentigo maligno».

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