Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
Orión y su estrella más brillante, Rigel, mi favorita, son aún visibles en marzo al comienzo de la noche. Contemplarlas en una noche de invierno, inspirando ese aire frío y seco de Castilla, me produce sosiego, felicidad, una especie de conexión con el universo y me hace sentir que esa paz que veo en las estrellas, esa calma, se desliza en mí y me habita. Luego veo la que montan para ponerse de acuerdo y elegir un Gobierno y se me escapa rápido. Pero la realidad es bien distinta. En el universo no hay ese orden y tranquilidad que yo me imagino, sino todo lo contrario.
Datos: rotamos a 1.670 km/h; giramos alrededor del sol a 106.000 km/h. El sistema solar gira alrededor del centro de la galaxia a 792.000 km/h; la Vía Láctea gira a 965.000 km/h y va a colisionar con Andrómeda a 468.000 km/h -algo preocupante, aunque pase dentro de 5.000 millones de años-; varios millones de galaxias en el espacio alrededor de la Vía Láctea van en dirección al Gran Atractor a 2.160.000 Km/h; o sea, como para que se les ponga un límite de velocidad y control de alcoholemia, vamos. Un asteroide hizo desaparecer los dinosaurios hace 60 millones de años, y otro impactó antes, hace 3.260 millones de años, entre tres y cinco veces mayor. O sea que estos asteroides van como locos y no parece haber stop que los detenga. En conclusión: la apariencia apacible es un caos circulario que no parece regirse por la lógica.
Nuestra educación ha mantenido siempre la filosofía en la enseñanza. Hay que aprender a pensar. Un amigo explica Lógica. Siempre le tomo el pelo: “¿Para qué? Frustras a la gente. Porque luego las personas y las instituciones, no digamos la vida, no funcionan con lógica. Enseñas una herramienta inútil total”. Él discrepa, claro. En los 40 años antes del 1975, aquí teníamos seguridad, claridad y certeza de poseer la verdad, además de ser la reserva espiritual de un occidente corrompido por el ateísmo, el divorcio, las huelgas… La aspiración era conseguir un puesto de trabajo de funcionario, para toda la vida. Y ¡a vivir! Y nos explicaban que habíamos llevado la civilización, la religión y la cultura a Hispanoamérica. Pero todo eso se resquebrajó y llegó la libertad y descubrimos que la realidad era bien distinta, y con las series de Isabel y Carlos, vimos lo que los americanos sabían: codicia, masacres, explotación española. Los grandes cambios se hicieron agarrando la incertidumbre con valentía, entrando en un caos de crecimiento, que tambaleó instituciones y creencias. Salimos vivos. Ahora nos sacude otra vez la realidad. Ya no hay pensamientos únicos, ni mayorías, y la duda de dónde acabaremos siente que las olas que nos sacuden están originadas muy lejos de nuestras fronteras. Y no nos han entrenado para sonreír en la cuerda floja, ser creativos, flexibles, abiertos, negociadores y saltar de unas estructuras a otras que pueden ser mejores o no. Y son tiempos convulsos. ¿Nos vale la lógica? Poquito.
Además, en las relaciones humanas la lógica funciona hasta cierto punto. Las decisiones más importantes en la vida se toman emocionalmente, no lógicamente. “Eres sensible, ingenioso, divertido, rico, buen conversador, detallista, apasionado en la cama, atractivo –dice una mujer a su hombre-. Conclusión: no te soporto” (Ballesta). Los afectos pueden más que la lógica en la vida. Y la intuición. “Al final, todo se reduce a un montón de papeles con informes sobre dónde es mejor invertir. Yo me dejo llevar por la intuición, por el olfato, por mi instinto”, confesaba un empresario financiero. La ex presidenta de Madrid tiene un montón de colaboradores cercanos a ella acusados de corrupción. Un comentarista decía: “Ha sabido elegir mal a sus colaboradores y se ha fiado. No ha sabido ver cómo eran antes.
Comprender que la verdad tiene muchas caras y buscar lugares de entendimiento es útil
Claro, que como dice un refrán ganadero: ‘Cojón visto, toro seguro’. Una vez pillados, ya se da cuenta, pero le faltó intuición”.
¿Nos podemos preparar para una sociedad tan cambiante y compleja? La tecnología ha sacudido muchos cimientos. Será todo distinto en el futuro. No habrá que aprender tanta cosa inútil de memoria. Pero hay algo que seguirá: las relaciones humanas y la gestión de emociones. Desde una historia de “yo tengo razón y tú tienes que rectificar” y mayorías absolutas llenas de verdades irrenunciables, hay que pasar a Machado: “¿Tu verdad?/ No, la verdad/ y ven conmigo a buscarla / la tuya guárdatela”. Y si he sido educado en que yo tengo la verdad y he de defenderla, es difícil. Comprender que la verdad tiene muchas caras y aceptar que hay personas situadas en otro lugar que ven de un modo diferente y que hay que tender puentes de relación, buscar lugares de entendimiento, es útil. Juan XXIII, siendo nuncio en París, se encontró con el jefe del Partido Comunista, Thorez, en una recepción y le dijo: “Aunque a Vd. no le agrade, los dos pertenecemos al mismo partido”. “¿Y qué partido es ése?”. “¡Qué partido va a ser! ¡El de los gordos!”. Tender puentes no parece estar de moda y hablar con todos, tampoco.
Leí hace poco al director de un periódico: “No tenemos que olvidar que nosotros somos los buenos”. Y pensé: ¡Buena educación! Verdades a montones y convencimiento de que los malos son los demás y que cambien ellos. Preferimos la simplicidad a la complejidad. Es más cómodo. Los fanáticos lo practican.
El caso de los refugiados de Siria es un ejemplo de que la simplicidad ha desaparecido. Allí les matan: su presidente, los rebeldes y los del ISIS. Y huyen. Pero las llamas de esa guerra las alimentan las dos grandes potencias, más Europa, más algunos países árabes. La situación es muy compleja. ¿No sería mejor que parasen la guerra todos estos países y que les dejen de vender armas y hacer negocio? Y todo va empeorando, porque se va dejando que las cosas se envenenen más. Como ese hombre de 90 años que mata a su mujer. El juez le interroga: “Pero hombre, ya a su edad, ¿cómo es que mata ahora a su mujer?”. “Pues ya ve Vd. Uno que va dejando las cosas de un día para otro…”. Y claro, yo a lo mío. El sentido del humor nos ayuda a reírnos de nosotros mismos y no creernos únicos ombligos del universo, a ver el lado divertido de todo este circo y a reír juntos para poder convivir en paz. ¿Lo entenderán algún día nuestros representantes?
En la película ‘El irlandés’ (‘The Gard’) el protagonista, recriminado por una frase ofensiva a un oficial negro, exclama: “Soy irlandés. Ser racista es parte de mi cultura”. Creo que el espectáculo de formar gobierno en 2016 muestra cómo somos. Los humoristas viven del filón donde la realidad supera circo alguno.
¿Y el futuro? A ver cómo entrenamos la lógica ante acontecimientos así: “La máxima autoridad religiosa de Arabia Saudí sentencia que el ajedrez es obra de Satán”, y lo ha prohibido en todo el país. ¡Si Aristóteles, a quien conocimos a través de los árabes, levantara la cabeza!
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