Aceite de ricino / La miaja de apechusque / Michelines

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

¿DE DÓNDE VIENE?

Aceite de ricino

El aceite de ricino, que se obtiene de una planta muy difundida en los países mediterráneos, es uno de los purgantes más antiguos de la historia, conocido ya y usado ampliamente por los antiguos egipcios y griegos.

En la traducción española que Andrés Laguna hizo de la Materia médica de Dioscórides, publicada en 1566, leo ya la siguiente descripción de la planta del ricino: «El ricino llamado croton y cici en griego, se llamo ansi, por la semejança que tiene su simiente con aquel animal. Es el ricino un arbol tamaño como una pequeña higuera […] Haze el fructo en ciertos razimos asperos, el qual desnudo de su natural hollejo, se parece a la garrapata. […] Mondados, majados, y bevidos del treynta granos, purgan por abaxo la colera, el agua, la flema y provocan a gomitar; empero su purgation es molesta, y muy trabajosa, porque rebuelve violentamente el estomago» (libro III, capítulo CLXV).

Y añade Laguna, en anotación al pie: «Aquel animalejo hidiondo, y enemigo capital de las bestias de quatro pies, que llamamos garrapata en Castilla, en griego se dice croton, en latin ricinus; los quales nombres convinieron tambien à esta yerva, por ser su simiente exquisitamente semejante à la garrapata; […] da de su fructo azeyte [y] purga su simiente por ambas partes valerosissimamente».

El nombre que hoy damos al ricino en español deriva, en efecto, directamente del nombre latino de la garrapata, ricinus, todavía vigente en el nombre científico que la garrapata común recibe en la nomenclatura zoológica internacional: Ixodes ricinus. Y es que, en efecto, se hace difícil imaginar dos cosas más parecidas que una garrapata bien alimentada y la semilla monda y lironda del ricino. Puede comprobarse la exquisita semejanza entre ambas en las fotografías que reproducimos a renglón seguido: a la izquierda, la garrapata Ixodes ricinus; a la derecha, una semilla de ricino.


LA JERGA DE LOS PACIENTES

La miaja de apechusque

Su breve declaración televisada circuló ampliamente por la Red, y puede verse aún en YouTube. El corte corresponde al programa El intermedio de La Sexta emitido el pasado 16 de enero. Petra Alarcón del Hoyo, vecina de Honrubia (Cuenca), expresa el malestar de los vecinos ante la decisión administrativa de cerrar, por afán de ahorro, las urgencias nocturnas en 21 zonas rurales escasamente pobladas; con lo que los habitantes de los pueblos afectados se verán obligados a desplazarse decenas de kilómetros si precisan de atención médica. Y se expresa ante las cámaras en su esplendoroso dialecto altomanchego local: «No te pongas a las nueve, que no te vale el santolio… Como te dé una miaja de apechusque, la roscas».

Me imagino esa misma explicación expresada en el consultorio de un centro rural de salud, ante un médico extranjero —polaco, pongamos por caso— incorporado apenas unos meses atrás al Sescam, y me entran sudores fríos solo de ponerme en su situación. Como a buen médico, le supongo un coeficiente intelectual por encima de la media y doy por sentado que interpretará correctamente «ponerse» como ponerse enfermo y ese «a las nueve» como las nueve de la noche (puesto que el horario nocturno de un punto de atención continuada cubre de las ocho de la tarde a las ocho de la mañana), y también que el contexto le permitirá deducir que «roscarla» viene a ser lo mismo que palmarla, diñarla o espicharla. Como a buen polaco, lo supongo también católico a machamartillo y doy por sentado incluso que sabrá relacionar ese «santolio» de la buena señora con los santos óleos de la extremaunción.

Pero aun así, imagino bien su perplejidad ante el uso de la miaja como unidad de medida; porque ¿cuánto exactamente de apechusque es una miaja? Y, sobre todo, ¿qué diantres es un apechusque?

Cuando salimos de la facultad de medicina, estamos, sí, medianamente preparados para afrontar el diagnóstico diferencial del dolor precordial, del síndrome miccional o de la epistaxis. Pero a ver quién es el guapo que se atreve con el diagnóstico diferencial entre un apechusque, un arrechucho, un patatús, un yuyu, un chungo, un jamacuco, un soponcio, un pallá y un aciburrio.

Mucho me temo que nuestros diccionarios médicos, incluso los más trabajados, son todavía, ¡ay!, pobres pobres pobres de solemnidad en lo que respecta a la copiosa jerga popular de los pacientes.


¿SABÍA QUE…?

Michelines en otras lenguas

Alos pliegues grasos que se forman en la cintura, verdadera pesadilla de las amantes del biquini, los llamamos en España michelines. Y el motivo es obvio, pues a la vista salta la semejanza entre estos michelines adiposos y la figura del simpático muñeco Bibendum, mascota de los neumáticos Michelin.

Encontramos idéntica metáfora en América, pues a los michelines los llaman pneuzinhos(de gordura) en el Brasil, y llantitas en Méjico (aclaro que las llantas mejicanas de un coche no son nuestras llantas, que allá llaman «rines», sino nuestros neumáticos), y muy parecida en Alemania, donde usan el término Rettungsring (literalmente, salvavidas o flotador). Mucho más amorosos y apasionados se muestran nuestros vecinos transpirenaicos, con sus poignées d’amour, y los transalpinos, con sus maniglie dell’amore; en ambos casos, contemplan el rollito adiposo de cada flanco como una especie de asa a donde sujetarse durante el coito.

¿Y el inglés? Pues en la lengua de Shakespeare, como de costumbre, el léxico es tan rico que pueden elegir entre el prosaico spare tire (neumático de repuesto), como nosotros, y el romántico love handles (asas del amor), como franceses e italianos

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