Por Adolfo Fernández Sánchez
Médico residente de tercer año en el Servicio de Hematología
del Hospital Universitario de Salamanca
Con el incesante avance de la medicina, conviene que nos detengamos un momento a reflexionar sobre un texto escrito por Tinsley Harrison en 1950, que hoy en día sigue en vigor y constituye el primer párrafo de una de las principales obras de la medicina:
“No hay mayor oportunidad, responsabilidad u obligación que pueda tocarle a un ser humano que convertirse en médico. En la atención del sufrimiento, el médico necesita habilidades técnicas, conocimientos científicos y comprensión de los aspectos humanos. Del médico se espera tacto, empatía y comprensión, ya que el paciente es algo más que un cúmulo de síntomas, signos, trastornos funcionales, daño de órganos y emociones alteradas. El enfermo es un ser humano que tiene temores, alberga esperanzas y por ello busca alivio, ayuda y consuelo”.
El avance de la medicina en la historia de la humanidad ha sido un proceso continuo que ha transformado radicalmente la forma en que se previenen, diagnostican y tratan las enfermedades. Desde los primeros intentos de curar afecciones con remedios naturales hasta los sofisticados tratamientos actuales, la medicina ha evolucionado de manera impresionante a lo largo de los siglos y de forma exponencial en los últimos años, gracias al desarrollo de la genética con la secuenciación masiva, nuevas y complejas pruebas de imagen, progreso de la bioinformática, nuevas terapias…
La Hematología es un ejemplo perfecto de esta revolución. La constante aparición y mejora de las técnicas diagnósticas permite una detección más precoz, precisa y personalizada de las enfermedades hematológicas. La llegada de nuevas terapias ya implantadas y en las que existe un desarrollo científico diario ,como la terapia con células CAR-T o anticuerpos bi- o triespecíficos también forma parte de esta revolución, así como la optimización de procedimientos más tradicionales, como el trasplante alogénico de progenitores hematopoyéticos.
Todo ello combinado con el desarrollo de la inteligencia artificial al servicio del médico y del paciente permite mejorar la calidad de vida de los pacientes, aumentar su supervivencia y alcanzar la curación en un porcentaje importante de enfermos que hace pocos años tenían un pronóstico infausto. Todo este progreso también lleva asociado la superespecialización en la medicina, algo beneficioso para el paciente, dada la continua generación de conocimientos complejos y que obliga a la necesidad de la creación de periodos formativos durante la residencia cada vez más intensos y de mayor duración.
Al igual que en la Hematología, estos avances se están produciendo en el resto de las especialidades médicas y quirúrgicas. Cada vez con más frecuencia, el médico aprende sobre cómo cambios sutiles en los genes modifican el funcionamiento del organismo. El razonamiento deductivo con estos conocimientos y el progreso en la tecnología aplicada constituyen hoy en día los cimientos para solucionar muchos problemas clínicos. Los conocimientos derivados de la ciencia médica son cada vez mayores, permitiendo comprender mejor las enfermedades complejas, y son imprescindibles para mejorar en la prevención y tratamiento de estas. Sin embargo, todo lo anteriormente mencionado no basta para ser un buen médico.
El buen médico, cuando se enfrenta a un problema clínico difícil, debe estar en condiciones de identificar los elementos cruciales en una anamnesis y exploración física exhaustivas, que es la base de la medicina clásica y también de la actual, solicitando únicamente las pruebas complementarias necesarias en cada caso, orientándolo todo a conseguir la resolución del problema del paciente, que es el centro.
La medicina actual, cada vez con más burocracia, tecnología y con una mayor parcelación, está en riesgo de convertirse en un funcionariado y perder la visión holística y humanista, tan importante en nuestra profesión. Ante este riesgo creciente, la combinación de conocimientos médicos, partiendo siempre de la historia clínica, junto con el criterio personal, entrega y dedicación por los pacientes, es la mejor arma que tenemos y que constituye el arte de la medicina.
Por ello, dado que los residentes somos el presente y futuro de la medicina, debemos huir del funcionariado y evitar que el arte de la medicina muera, practicando una medicina de calidad, centrada en el paciente, con una formación continua en los avances que se produzcan para tener la mayor evidencia científica posible y manteniendo una visión holística y humanista. En definitiva, abrazar los avances sin perder la esencia y el arte de la medicina, trabajando siempre por y para el paciente, porque no hay mayor oportunidad, responsabilidad y obligación que pueda tocarle a un ser humano que convertirse en médico.
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