A mi maestro

Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina

Todos hemos tenido muchos maestros, pero alguno ha sido especial; aquel que nos aconsejó el oficio; aquel que dejó una huella más profunda en nuestra vocación. Don José Luis Puente Domínguez fue uno de los primeros.

El insigne don José Luis, nuestro catedrático de Anatomía – allá por los años cincuenta-, interrumpiendo alguna vez las minuciosas descripciones de huesos, ligamentos, arterias, venas y nervios, disertaba acerca de las contrariedades e injusticias que muchas veces sufre el médico cuando intenta cumplir con los deberes de su profesión.

Nuestro maestro no sólo era un sabio – porque lo que no sabía, lo intuía- atendido por todos con el inquebrantable respeto que infunden las inteligencias superiores; era además don José Luis un perfecto conocedor de los vicios sociales de aquella época. En los muertos estudiaba anatomía y en los vivos ciencia del mundo. Acostumbrado a interrogar con fruto a los cadáveres, los hombres animados le parecían todos expansivos y hasta los mayores recatos e hipocresías eran para él alardes de sinceridad.

“Recuerdo a don José Luis Puente como un hombre muy joven y apasionado”

Sus alumnos escuchábamos con regocijo y admiración aquellas disertaciones de “cucología”, que con tal nombre bautizábamos los compañeros de mi mesa de disección, las expansiones de nuestro catedrático, y era de ver cómo atendíamos, sin perder ni una sílaba, a don José Luis. Cuando éste concluía la lección teórica o práctica, se entretenía relatando anécdotas de médicos y pacientes, narraciones divertidas unas veces, conmovedoras otras, siempre elocuentes, con esa elocuencia de la verdad que infunden a las palabras la vida que los matices y aromas prestan a las flores.

Así, en segundo curso de Anatomía, aprendí de don José Luis la fina textura del Sistema Nervioso Central y Periférico y la forma en que las células nerviosas de estos tejidos conversaban entre ellas.

Recuerdo a don José Luis como un hombre muy joven y apasionado. Vibraba con sus clases, vibraba cuando hablaba de su método científico: (observación, hipótesis, experimentación, etc.), y vibraba cuando comentaba cualquier tipo de injusticia. Don José Luis, pues, fue un excelente educador, un sólido científico a pesar de su juventud y un ser humano caballeroso, emprendedor, creativo y leal a una línea de pensamiento innovadora que, por seguirla con honestidad y congruencia, le granjeó dentro de la misma Cátedra, no pocos problemas e incomprensiones con sus mismos colaboradores.

“Oíd, oíd esto, exclamaba nuestro catedrático estimulando nuestra curiosidad. Conviene que sepáis para el día de mañana cuando seáis hombres y naveguéis por vuestra cuenta. En los estragos de los muertos se aprende a procurar la salud de los vivos. En las amarguras pasadas se aprende el remedio para evitar las del porvenir”. Más de una vez nos habló también de la metamorfosis del médico en la sociedad. ¿Creéis, nos decía, que todo es triunfo y ganancia, honores y satisfacciones? El que crea esto se engaña. La profesión de médico no debe ser para enriquecerse, sino para vivir de una manera cómoda y desahogada. Un médico tiene que percatarse desde el primer momento que, según el momento en que se trata a los pacientes, es para estos santo, ángel, hombre y demonio. Sube hasta la cumbre del aprecio, pero a la menor cae también desde ella despeñado.

“Sólo el exceso de gratitud es recomendable en la vida”

Recuerdo aquella mañana del mes de mayo, la de su despedida. Después de una lección magistral, como todas las suyas, sobre los núcleos de la base del SNC, nos dirigió unas palabras de despedida realmente emocionantes y que recuerdo como si fueran hoy. “No les voy a echar a ustedes un discurso porque no estoy acostumbrado, sin embargo pecaría de correcto y de desagradecido si nos les dijera unas breves palabras de aliento y cariño, puesto que constituyen mi primera promoción de universitarios. Yo no les he enseñado a ustedes Anatomía, porque la Anatomía es una ciencia tan compleja y abstracta que no se aprende en la vida, aunque sí les he enseñado a partir de una base que es el por qué y el para qué de cada cosa. Háganlo así en las demás ramas de la Biología, de la Ciencia y habrán dado un paso importante hacia la meta”.

Y terminó con una frase de estimulación y optimismo para los futuros médicos: “La Medicina es la ciencia de todas las ciencias y el arte de todas las artes; el arte de curar sin hacer milagros y de hacer milagros en silencio”.

Algunos de mis posibles lectores pensarán que la presente reflexión significa un cambio de tercio demasiado brusco, si lo comparamos con las habituales columnas. Por ello mismo quiero pediros, sin que ello sirva de precedente, que aceptéis el hecho de que no siempre el ser humano ha de ser crítico y pragmático. De vez en cuando, deberíamos comportarnos más espontáneamente, con más generosidad y practicar la virtud del sano agradecimiento, aunque, a veces, sea un poco tarde. Finalmente en este tiempo de zancadillas frecuentes y de pícaros al uso, quisiera terminar este pequeño y sincero homenaje a uno de mis mejores maestros – al menos el que dejó más huella-, con un pensamiento de Jean Bruyere, que dice: “Sólo un exceso es recomendable: el exceso de gratitud”.

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