¿Hablan los bonobos? / ¿Hay vida a tan solo 124 años luz? / ¿En quién confiamos más?

Escritas y relatadas por Juan Manuel Igea

Presidente del Comité de Humanidades
de la Sociedad Española de Alergia e Inmunología Clínica

«El médico que solo sabe medicina, ni medicina sabe»
José de Letamendi y Manjarrés (1828-1897)

Algunas de las noticias científicas más importantes ocurridas en los últimos meses y que nada tienen que ver directamente con la medicina, pero que sería bueno que usted, como médico, conociera

¿Hablan los bonobos? Nuevas pistas sobre el origen del lenguaje humano

Uno de los rasgos más distintivos del lenguaje humano es la capacidad de combinar sonidos, palabras o frases para crear significados nuevos, lo que en términos técnicos se denomina composicionalidad. Esta habilidad no se limita a una simple suma de elementos —como cuando decimos «perro grande»—, sino que permite estructuras más complejas en las que un elemento modifica o transforma el sentido del otro: no es lo mismo «juguete roto» que «rompió el juguete». Durante décadas, se ha considerado que este tipo de composicionalidad no trivial era una capacidad exclusivamente humana, un salto cualitativo que nos separaba del resto del reino animal. Algunos animales, como ciertos pájaros o primates, pueden combinar vocalizaciones, pero hasta ahora se pensaba que estas combinaciones eran simples y carecían del tipo de estructura compleja que caracteriza a nuestro lenguaje.

Sin embargo, un estudio reciente publicado por Berthet y colaboradores ha desafiado esta idea. Al analizar un amplio repertorio de vocalizaciones de bonobos salvajes —nuestros parientes evolutivos más cercanos, junto a los chimpancés—, los investigadores encontraron no solo indicios de composicionalidad, sino que en tres de cuatro combinaciones vocales detectadas, esta composicionalidad no era trivial. Es decir, los bonobos no se limitan a encadenar sonidos, sino que modifican el significado de una vocalización según cómo y con qué otra se combina.

El equipo lo descubrió aplicando métodos de semántica distribucional, una técnica inspirada en el análisis computacional del lenguaje humano. Este método examina cómo se usan los sonidos en diferentes contextos y determina patrones de uso que reflejan su significado funcional. Al estudiar miles de vocalizaciones y su combinación en contextos naturales —como la alimentación, el juego o situaciones de alerta—, los investigadores pudieron identificar estructuras vocales que cumplen con los criterios de composicionalidad lingüística.

Este descubrimiento indica que los fundamentos del lenguaje humano podrían tener raíces más profundas en la evolución de los primates de lo que se pensaba. Lejos de ser una invención súbita y exclusivamente humana, la combinación compleja de sonidos con significado podría haber evolucionado progresivamente en especies con sistemas sociales y comunicativos sofisticados, como los bonobos. Además, estos resultados obligan a revisar nuestras ideas sobre la «brecha cognitiva» existente entre seres humanos y otros animales. Si los bonobos pueden construir mensajes con estructuras similares a las nuestras, aunque menos complejas, es posible que el lenguaje humano no haya emergido de la nada, sino que se haya desarrollado sobre capacidades preexistentes en un linaje común.

En definitiva, este estudio no nos dice que los bonobos «hablan» como los seres humanos, pero sí que usan estructuras vocales con principios análogos al lenguaje. Esto desafía la frontera tradicional entre la comunicación animal y el lenguaje humano. Un recordatorio de que, en la historia evolutiva, la distancia entre ellos y nosotros puede ser más de grado que de naturaleza.

Berthet M, Surbeck M, Townsend SW. Extensive compositionality in the vocal system of bonobos. Science. 2025 Apr 4;388(6742):104-108. doi: 10.1126/science.adv1170. Epub 2025 Apr 3. PMID: 40179186.

Un estudio muestra que los bonobos usan estructuras vocales con principios análogos al lenguaje. / FOTOS: Pixabay

¿Hay vida a tan solo 124 años luz?

El telescopio espacial James Webb permite observar estrellas, galaxias y exoplanetas. / Wikimedia Commons – Hubble ESA (CC-BY-2.0)

Uno de los grandes sueños de la astrobiología moderna es detectar signos inequívocos de vida más allá de la Tierra. Aunque aún estamos lejos de confirmar vida extraterrestre, un estudio reciente publicado en The Astrophysical Journal Letters ha dado un paso importante en esa dirección. Mediante el uso del telescopio espacial James Webb (JWST), un equipo internacional ha identificado en la atmósfera del planeta K2-18 b señales compatibles con gases que, en la Tierra, solo producen organismos vivos.

LK2-18 b es un exoplaneta situado a 124 años luz de la Tierra, en la constelación de Leo. Es una «super-Tierra» que orbita dentro de la zona habitable de una estrella enana roja, lo que significa que su temperatura permitiría la existencia de agua líquida. Ya en estudios anteriores se habían detectado metano (CH₄) y dióxido de carbono (CO₂) en su atmósfera, lo que generó interés por su posible habitabilidad.

En esta nueva investigación, se ha analizado el espectro de transmisión del planeta en el rango infrarrojo medio (6–12 μm), un tipo de observación que permite «leer» la composición química de la atmósfera cuando la luz de la estrella pasa a través de ella durante un tránsito. Lo destacable del estudio es la detección, con una significancia estadística de aproximadamente 3σ, de dimetil sulfuro (DMS) y dimetil disulfuro (DMDS), compuestos que en la Tierra emite casi exclusivamente el fitoplancton marino.

El DMS es particularmente interesante porque su producción requiere actividad biológica: no se conoce ningún proceso abiótico eficiente que lo genere en grandes cantidades. El DMDS podría tener fuentes abióticas, perotambién está vinculado generalmente a procesos biológicos. Aunque la presencia de estos compuestos aún no puede interpretarse como prueba concluyente de vida, sí representa una de las señales más prometedoras de ella detectadas hasta ahora en un exoplaneta.

Este hallazgo se enmarca en la búsqueda de biofirmas—moléculas cuya existencia puede sugerir procesos biológicos—, un campo en expansión en el que el JWST puede ayudar enormemente gracias a sus enormes capacidades. Si futuras observaciones lograran confirmar y refinar esta detección, K2-18 b podría convertirse en el mejor candidato conocido para albergar una biosfera fuera del sistema solar.

Además de su repercusión científica, este resultado plantea interrogantes fascinantes: ¿qué formas de vida podrían prosperar en un planeta con una atmósfera rica en hidrógeno y océanos globales? ¿Estamos, por primera vez, vislumbrando los gases exhalados por una biosfera alienígena? Aunque la prudencia científica exige evitar conclusiones precipitadas, el estudio de Madhusudhan y colaboradores nos recuerda que la vida, tal vez, no sea una rareza cósmica, sino un fenómeno más común de lo que pensamos. Y quizás haya algo vivo respirando bajo las nubes de K2-18 b.

Madhusudhan N, Constitinou S, Holmberg M, Sarkar M, Piette AAA, Moses JI. New Constraints on DMS and DMDS in the Atmosphere of K2-18 b from JWST MIRI. The Astrophysical Journal Letters, 2025; 983:L40 (21p). https://doi.org/10.3847/2041-8213/adc1c8.


¿En quién confiamos más? Clase social y percepciones de moralidad

La confianza es uno de los pilares de la vida en sociedad: nos permite delegar responsabilidades, colaborar con otros y construir relaciones personales y profesionales duraderas. Pero desconocemos en gran medida qué factores influyen en nuestra disposición a confiar en alguien. Un nuevo estudio indica que la clase social de una persona —tanto actual como durante su infancia— podría moldear significativamente nuestras decisiones de confianza.

Investigadores de la Universidad de Columbia Británica, INSEAD y la Universidad de Toronto realizaron cinco estudios y doce replicaciones adicionales para explorar cómo la percepción de la clase social de una persona influye en la confianza que depositamos en ella. A través de juegos económicos como el «juego de la confianza» y dilemas del prisionero, los participantes tomaban decisiones reales o hipotéticas sobre compartir recursos con otros personajes cuyo estatus social estaba manipulado mediante descripciones cuidadosamente diseñadas.

Los resultados son reveladores. Las personas tendieron a confiar más, es decir, a asumir un riesgo económico mayor, en aquellos que crecieron en contextos de clase baja, incluso más que en quienes actualmente se encontraban en esa situación. En otras palabras, no es solo el nivel socioeconómico actual lo que influye en la confianza, sino también el entorno de origen.

La razón de este hallazgo, según este estudio, es que las percepciones de moralidad desempeñan un papel fundamental. Los individuos criados en contextos humildes son vistos como más sinceros, éticos y bondadosos. Estapercepción no se aplica, sin embargo, a quienes simplemente están en una situación de clase baja en el presente: aunque también se confía más en ellos en términos de comportamiento, no se espera necesariamente que devuelvan la confianza, ni se les considera más morales. En este caso, la confianza se asocia más a la percepción del altruismo que a la integridad moral.

Este hallazgo desafía algunos prejuicios frecuentes. En lugar de ver la clase baja como un factor de riesgo en términos de fiabilidad, muchas personas atribuyen cualidades morales positivas a quienes provienen de entornos modestos. A la vez, revela una tensión interesante: a veces confiamos en personas aunque no esperemos que correspondan, lo que señala que también intervienen otros factores (como el deseo de ayudar o actuar moralmente uno mismo).

Este estudio no solo aporta nuevas perspectivas sobre el comportamiento interpersonal, sino que también pone de relieve cómo los estereotipos de clase influyen sutilmente en nuestras decisiones cotidianas. Comprender estos mecanismos puede ayudarnos a diseñar entornos sociales y laborales más justos, donde la confianza no esté tan condicionada por prejuicios sobre el origen socioeconómico.

Laurin K, Engstrom H, Schmader T, Chua KQ, Klein N, Cote S. Trust and Trust Funds: How Others’ Childhood and Current Social Class Context Influence Trust Behavior and Expectations. Journal of Personality and Social Psychology, doi: 10.1037/pspi0000497.

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