Por Silvia Arroyo Romero
Médico residente de 4° año de Medicina Familiar y Comunitaria en el centro de salud Miguel Armijo de Salamanca
Con el proceso de elección de plazas para la formación de médicos internos residentes (MIR), vuelven los titulares sensacionalistas en los medios de comunicación y las redes sociales sobre la Medicina de Familia, hablando de que nadie quiere elegir esta especialidad como primera opción. Nada más lejos de la realidad.
Si nos fijamos en los números de forma objetiva en las distintas convocatorias del Ministerio de Sanidad para la formación de los médicos españoles, ya desde los primeros días existe un elevado grupo de egresados que eligen Medicina de Familia por encima de otras especialidades con aparentemente más “prestigio social”, como pueden ser Neurocirugía, Medicina Intensiva y un largo etcétera.
Nos venden, año tras año, que los opositores con “buen puesto” no eligen Medicina de Familia. Sin embargo, año tras año también, vemos como son muchos los médicos que, pudiendo elegir cualquier otra especialidad por su puntuación, eligen Medicina de Familia.
Eligen esta especialidad a pesar de que gran parte de su entorno ni siquiera sepa que es una especialidad. Y es que elegir Medicina de Familia es, en parte, despojarse del prestigio médico para convertirte en el MÉDICO de tus pacientes. Así, en mayúsculas.
Elegir Medicina de Familia es elegir todo y nada. Es elegir a la anciana de 90 años, a su hija de 60 y a su nieto de 27, cada uno con las patologías típicas de su edad, cada uno con su vida. Es ser médico, “psicólogo” y confesor de tus pacientes, saber dónde viven, qué les preocupa, tener en cuenta otros determinantes de la salud que en muchas otras especialidades no se conocen. Abordaje biopsicosocial lo llaman.
Lejos de la creencia social de que no se trata de una especialidad médica, la Medicina de Familia exige una formación rigurosa, amplio conocimiento clínico y una capacidad de adaptación constante. Es practicar medicina basada en la evidencia, pero sin perder de vista a la persona, con su biografía, sus condicionantes sociales y su contexto familiar y comunitario, y de hecho, la especialidad se llama exactamente Medicina Familiar y Comunitaria (MFyC) .
Elegir Medicina de Familia es elegir al paciente, ver cómo mejora, empeora, cambia, sobrevive, e incluso muere… y estar ahí en cada etapa.
No hay ninguna otra especialidad que abarque todas las edades, todos los escenarios clínicos y todos los contextos sociales de los pacientes. Desde una consulta en el centro de salud a una visita en el domicilio; desde una urgencia vital hasta la conversación pausada con alguien que simplemente necesita ser escuchado. Sin triaje. Sin pantallas previas. Sin filtros. Solo la persona y su médico.
Exige estar cuando nadie más está, conocer más allá de un simple diagnóstico, sostener, acompañar y prevenir. No se trata solo de derivar o cribar. Se trata de decidir, de contener, de seguir de cerca, de diagnosticar precozmente, de prevenir.
Por eso duele ver cómo se desprestigia esta especialidad. Cómo se infrafinancia. Cómo se transmite —sin decirlo— que es un destino de paso, un mal menor o una vía muerta. No lo es. Es, de hecho, la única vía de futuro posible si queremos una medicina humana, sostenible y eficaz.
Lo que necesita la Medicina de Familia no es compasión. Es confianza. Necesita recursos, condiciones dignas y un mensaje claro: que formarse como médico de Familia no es conformarse, sino comprometerse con una forma de entender la medicina donde las personas importan, siempre.
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