El fuego nos pone a prueba

Por Germán Payo Losa

Director de Educahumor

El autor ofrece una reflexión en la que recuerda que cuando las llamas arrasan bosques, hogares y vidas, o cuando surge la enfermedad, también se despierta la solidaridad, el coraje y la necesidad de celebrar la vida, utilizando el humor como recurso que ayuda a resistir

Una compañera de batucada quería que tocásemos en su pueblo en la noche primera de las fiestas de agosto, pero surgió un problema: por casi toda España empezaban a surgir fuegos y más fuegos que arrasaban bosques, pueblos, explotaciones ganaderas, animales salvajes, viñedos, colmenas, con un viento fuerte que hacía casi imposible controlarlos. También su pueblo se vio amenazado por las llamas, que llegaban cerca. Los vecinos de los pueblos cercanos se volcaron para atacar al fuego y lograron contenerlo cerca del pueblo.

La solidaridad y el coraje pusieron el contrapunto a la desgracia de lo quemado cerca. En esta situación les surgió el dilema: ¿seguimos adelante con las fiestas o las cancelamos? (en algunos pueblos, decían las noticias, se habían suprimido y destinado el dinero de la fiesta a los vecinos que habían sufrido desgracias con el fuego). El alcalde no sabía qué hacer, así es que decidió hacer una votación entre todos los vecinos. Salió sí, por unanimidad. La gente lo había pasado muy mal toda esta semana con el fuego, y era bueno ofrecerles diversión, que se olvidaran un poco de toda esa angustia y, además, hacer una invitación a todos los pueblos de alrededor, como homenaje por su ayuda.

Me agradó ver que cuando hay que sacar fuerzas, coraje, valentía, están todos a una. Y cuando hay que hacer fiesta, también. Las fiestas en la mayor parte de los pueblos son una oportunidad, además, de ver a la familia y a aquellos amigos que crecieron juntos.

Recordé una novela gráfica, Los surcos del azar, de Paco Roca, sobre los republicanos españoles que huyeron al final de la guerra civil, y que luego participaron en la Segunda Guerra Mundial, con los aliados, agrupados en una división, La Nueve. Los mandos comentaban que cuando había una misión realmente difícil, se la encomendaban a los españoles. Esos sí que saben pelear, con valentía y arrojo. Nadie como ellos.

“La gente lo había pasado muy mal con el fuego, y era bueno que se olvidaran un poco de toda esa angustia”

Pero no todo ha sido así con los incendios. En alguna pequeña población se quejan con amargura: “Se está quemando el pueblo, se está avisando y aquí no viene nadie”. Los vecinos reflejan desesperación. Casas quemadas con los recuerdos de toda una vida y, además, la muerte de dos vecinos mientras trataban de apagar el fuego.

Y hay más desgracias: pirómanos, lluvias de primavera, cambio climático, prevención y, dicen, esto va a ir a más. El toque peculiar viene de los gestores de lo público poco eficaces y que se dedican a echar culpas a los demás, a minimizar los efectos diciendo que solo eran tierras de matorrales o a proclamar, días antes de esta catástrofe, que “tenemos el mejor sistema antiincendios de España” (y ya puestos, podía haber dicho “del mundo”).

El humor se puede usar unas veces sí y otras no. El sentido común nos lo indica. Como ante las enfermedades o la muerte, tras compartir el afecto, puede ser oportuno: “Fíjate qué admirable —me comentaba un amigo en el velatorio de su padre—, las múltiples enfermedades le iban empeorando cada vez más, pero seguía yendo al huerto, que era su pasión, con bastón, luego con el taca-taca, luego puso una línea de palos clavados en el suelo en los que se apoyaba y, después, unas cuerdas, como especie de barandilla, que le permitían llegar allí. No se rindió nunca”. Y sonreíamos admirando su tesón y fortaleza.

Eso le daba vida. Algo semejante puede ocurrir cuando nos van asediando enfermedades: podemos rendirnos o tener coraje y hacerles frente con buen ánimo. Un amigo de 82 años me decía: “Estoy vivo gracias a 7 pastillas que tomo todos los días. ¡Fíjate! ¿No es fantástico?”.

“Cuando van asediando las enfermedades, podemos rendirnos o tener coraje y hacerles frente con buen ánimo

Mucho del humor que aparece en estas circunstancias es humor negro: “Buenas noticias para los incendios: en bosque quemado no entra el fuego”, dibujaba El Roto; B. Vergara señalaba: “…cuando queden ya solo 6, 7 u 8 árboles quizá podamos plantearnos un plan de prevención de incendios…”. A veces se cuela algún hecho curioso. Hace años leí esta historia como verdadera, pero no sé. Unos bomberos, en medio del bosque, cuando apagaban un fuego, encontraron entre el humo a un hombre rana que, desorientado, iba hacia ellos. ¿Cómo era posible algo tan sorprendente y extraño? Resulta que el pobre estaba haciendo pesca submarina en un pantano y uno de esos aviones cisterna, al coger agua, se lo tragó. De milagro salió vivo.

“Hay un tiempo para llorar, y un tiempo para reír, un tiempo para entristecerse y un tiempo para bailar” (Eclesiastés). Pero también “es tiempo de reír cuando no hay tiempo ni ganas de reír”, porque es, obviamente, cuando más lo necesitamos para levantar el ánimo. Y la fiesta ayuda.

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