Dr. Rafael Sánchez: “Jamás he dejado de vibrar con el enfermo, a su lado, nunca por encima”

El Dr. Rafael Sánchez, experto en drogodependencia y alzhéimer tras haber dedicado toda su vida a estos pacientes tan vulnerables, considera que el “humanismo médico y la protección de la dignidad humana están por encima de todo”

Tiene plena consciencia de querer ser médico desde los 5 años, y nunca ha querido ser ninguna otra cosa, porque ha vivido con absoluta “pasión” una profesión en la que considera “que el humanismo médico y la protección de la dignidad humana deben estar por encima de todo”. Quizá por ello, el Dr. Rafael Sánchez ha estado siempre al lado —“nunca por encima”— de pacientes especialmente vulnerables, como son las personas drogodependientes o quienes padecen alzhéimer. Todavía se emociona cuando los enfermos que sobrevivieron a aquellos duros años de la heroína y el sida le saludan y le abrazan cuando se los encuentra por la calle. A los jóvenes médicos les pide que sean honestos, que crean en lo que hacen y mantengan toda su vida la compasión y la empatía. Porque en la actualidad está observando con preocupación una pérdida paulatina de la vocación médica en favor de otros intereses, en un mundo en el que, además, considera que se está retrocediendo en valores y en investigación, clave para el futuro de la medicina. Por ello, estima que no podemos dejar de luchar por la sanidad, por la educación y por todo aquello que realmente aporta valor y calidad de vida.

Todos los pacientes son vulnerables, pero usted ha trabajado y se ha especializado en personas con una vulnerabilidad mayor, porque pierden el control de su mente, dejan de ser ellas; en un caso, por demencia u olvido, y en el otro, por adicciones.

En ambos casos, para mí ha sido una pasión. Mi especialidad es Medicina de Familia, pero solo me dediqué a ella muy al inicio en los años 80, en concreto, en el ámbito de la medicina rural, que también me encantaba. He tenido la enorme suerte de que me ha gustado todo lo que he hecho. Pero a raíz de nacer el Plan Nacional de Drogas en 1985, y luego el sectorial de la Junta de Castilla y León en 1987, cuando yo ya estaba trabajando con drogodependientes en Cruz Roja, enseguida me apasionó este campo. En aquellos años, fuimos sobre todo los médicos de familia, junto a los internistas —que se dedicaban a infecciosas, sobre todo el sida— y los psiquiatras, quienes nos hicimos cargo de estos pacientes en equipos inter o multidisciplinares, con psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros, etc. Cuando Cruz Roja en Salamanca, por delegación de la Junta, se hace cargo de esta atención, yo asumo la dirección del Centro de Atención a Drogodependientes (CAD) entre 1990 y 1998, y hasta 2008 estuve como médico de base del centro en una especialidad que me parece apasionante. Igual que lo que hice después, y hasta mi jubilación el año pasado, en el Centro de Referencia Estatal del Alzheimer (CREA).

¿Quiso ser médico precisamente por esa necesidad de ayudar a los más vulnerables?

La verdad es que sí, porque ahora uno ya no sabe si la vocación se escribe con v o con b. Yo me recuerdo desde muy pequeño con mis primos médicos —un traumatólogo y un ginecólogo—, disfrutando al verlos estudiar todo el día o ponerme encima de su hombro a observar los dibujos del cuerpo humano en los atlas que manejaban. De hecho, tengo plena consciencia de querer ser médico desde los cinco años, y después nunca quise ser otra cosa. Me tocó la época en la que había muchísima gente queriendo estudiar Medicina y no era fácil entrar, pero yo no tenía ninguna otra opción en mente, y tuve la suerte de acceder a la carrera en el año 74. Después, de aquellos 1000 que empezamos, acabamos alrededor de 300, y unos 13 nos quedamos en Salamanca. También tuve la gran suerte de poder quedarme aquí, y en esta ciudad ha discurrido toda mi vida profesional.

Hablamos de una vocación muy, muy precoz.

Y nunca se me ha quitado. Jamás he dejado de vibrar con el sufrimiento del enfermo; con él y al lado de él, nunca por encima.

¿Entonces eran todos médicos vocacionales o había también quien estudiaba por conveniencia?

En aquella época éramos casi todos vocacionales. Es verdad que se hablaba de los vicios de la medicina, como el estatus económico que te ofrecía, pero tanto yo como mis compañeros de carrera, que han sido lo mejor de mi vida, creíamos de verdad en lo que estábamos haciendo.¿Quiénes fueron sus referentes para afianzar su vocación?

He tenido muchos y muy buenos profesores en la Universidad de Salamanca, pero si hay que citar a algún Maestro, con Mayúscula, sería don Sisinio de Castro del Pozo, una persona con una humanidad enorme, igual de grande que la que tenía físicamente.

Después de más de 40 años como médico, ¿cómo ha cambiado su visión de la medicina desde que comenzó hasta hoy? ¿Hay valores que permanecen inalterables?

No ha cambiado el humanismo médico y la protección de la dignidad humana, que es lo que subyace y está por encima de todo en la profesión. Va avanzando la tecnología, y también veo que, con el sistema de acceso a la Universidad, ahora ya solo entran cerebritos en Medicina, y en nuestra época no era así. Yo era de un notable y punto. En la actualidad, acceden mentes privilegiadas, pero que luego ponen muchas pegas para hacer según qué cosas o se mueven por otros criterios, más allá de la vocación, como el deseo de elegir especialidades con más proyección, donde se gane más dinero o les permitan tener una clínica privada. El número 1 del MIR de hace años eligió Medicina de Familia y fue un caso muy comentado por raro. Y eso que esta especialidad es deliciosa, porque abarca todo, tiene el humanismo, y además de médico, eres un poco psicólogo, confesor, asistente social… Después de estos 42 años, veo con tristeza que se ha perdido parte de la vocación, pero desde luego la medicina se ha tecnificado, ha avanzado enormemente a nivel científico, y ahora hay enfermedades que se curan para las que entonces no había ningún abordaje.

Rafael Sánchez Vázquez

¿Cuál considera su mayor logro profesional?

El mayor logro profesional y del que más me enorgullezco es que enfermos drogodependientes que traté me sigan viendo por la calle décadas después, me recuerden y nos saludemos con afecto. Nos damos un abrazo y charlamos en un plano de normalidad, cuando en aquellos inicios eran tratados como la escoria que nadie toleraba y ellos mismos se sentían destruidos. Y respecto al alzhéimer, el mayor logro fue la redacción del Plan Nacional, que no se aprobó por cuestiones políticas y sigue sin aprobarse a día de hoy. Lo teníamos redactado para publicarlo en 2018, pero coincidió que hubo otras elecciones a los seis meses, y el plan quedó pendiente. Luego llegó la pandemia y el plan quedó en un cajón. Finalmente, lo derivaron al Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, y no saben ya qué hacer con él. Ha muerto sin haber nacido.

¿Cuál ha sido el desafío más difícil que ha enfrentado en su carrera?

Entre 1989 y 2008, el mayor desafío fue el cambio de la situación de los enfermos drogodependientes. En mis inicios convivíamos con el sida, que era una condena de muerte casi segura y no sabíamos ni lo qué era. Estas personas malvivían entre pinchazos en el barrio chino, tiradas entre ratas y con una total indignidad. De aquella época heroica frente las drogas que conocimos a cuando yo me fui, en 2008, el avance fue muy significativo, tras la Convención de Vancouver en 1996 y prescribirse la triple terapia contra la infección, que la convirtieron en una enfermedad crónica. Pero de los afectados de mi generación han muerto todos, menos uno. Respecto a la drogadicción, claramente se ha avanzado mucho en prevención y tratamiento, y lo único que los gobiernos todavía no han entendido bien es el grave problema del alcoholismo juvenil, pese a que quienes tratamos adicciones lo llevamos advirtiendo toda la vida. Hasta se ha escuchado decir a algún presidente autonómico: “¿Cómo vamos a prohibir el alcohol, si es un producto fundamental para nuestra comunidad?”. Pero no se trata de prohibir, sino de evitar que los niños lleguen a casa borrachos a las 11 de la noche, siguiendo patrones anglosajones de beber cantidades indecentes en poco tiempo con el único objetivo de emborracharse. No es el vino fino que tomamos charlando, ni el uso relacional del alcohol que forma parte de nuestra cultura; lo de ahora es irte para casa en poco rato haciendo eses o entrar en Urgencias en coma etílico, como ocurre cada sábado en Salamanca. Y luego todas las consecuencias que tiene esto a nivel neurológico: atrofias cerebrales, amnesias…

Empezó en la Medicina de Familia, que es la base del sistema, la que ofrece un enfoque integral en la atención médica de individuos y familias, incluyendo la promoción de la salud, la prevención y la gestión de enfermedades crónicas y los condicionantes socioeconómicos. ¿Por qué la estamos maltratando tanto?

La atención primaria, tal como se concibió en el antiguo Insalud, cuando se puso en marcha toda la red nacional, era la base del sistema. Al mismo tiempo, políticamente, los médicos éramos vistos como dioses, y alguien se dedicó a denostar la profesión. Estoy hablando del año 82, y no quiero citar nombres, pero desde la política se consiguió que de ser dioses pasáramos a ser el felpudo del sistema. ¿Y qué empezamos a ver en las consultas? Pacientes que nos faltaban al respeto y nos decían: “Usted está a mi servicio, porque yo soy el que pago”. Poco a poco se ha ido denostando al médico de familia, pese a que es el que tiene la visión más amplia de la patología de cualquier enfermo, y se ha puesto el foco en el especialismo hospitalario. Claramente, ha habido un maltrato a esta especialidad. Posteriormente, cuando se producen las transferencias de sanidad, cada comunidad crea su propio sistema, y eso ha generado una cierta desigualdad y ha creado ciudadanos de primera y de segunda en este país. Hay competencias básicas, como la sanidad y la educación, que deberían estar infinitamente más protegidas y mejor gestionadas.

 “Los gobiernos no acaban de entender el grave problema que supone el alcoholismo juvenil”

¿Y qué necesitamos para que esos cimientos no se acaben quebrando definitivamente?

No es culpa de los médicos. Si no hay personal suficiente y, además, están maltratados, llega un momento en el que la atención no es la adecuada. Pero las recetas simplistas para problemas complejos no existen. Hay que hacer un debate profundo y serio entre los que saben y no dejar algo tan relevante en manos de políticos que muchas veces no tienen nada que ver con la sanidad. La solución a un problema de este estilo debería hacerse de una forma coordinada y amplia entre los que tienen responsabilidad política, la Organización Médica Colegial y el resto de profesionales sanitarios. Es necesario un pacto de Estado, no de cada comunidad, aunque sea de mínimos, para reactivar de verdad lo que es la base orgánica del sistema, la atención familiar y comunitaria; no debemos olvidar esa segunda parte de la especialidad.

¿Qué lo llevó a especializarse en el tratamiento de las adicciones?

Yo estaba en el momento oportuno y en el sitio justo. Cuando surgió la alarma social que justificó el nacimiento del Plan Nacional de Drogas, yo ya atendía a drogodependientes en Cruz Roja. Y cuando nace el plan sectorial de Castilla y León, la Junta decide que sean las ONG las que presten esta atención, y acredita oficialmente —y financia como referentes— centros de Cruz Roja en seis provincias, dos de Cáritas y uno de San Juan de Dios, donde ya estaban formados los equipos. Por nuestra parte, primero creamos una asociación de médicos para las adicciones y patologías asociadas, y luego la ampliamos como asociación de profesionales, con psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros, educadores, etc.

¿Cómo ha cambiado el perfil del paciente drogodependiente a lo largo de estos años?

El sida supuso un cambio de paradigma, porque, en vez de pincharse el speedball, pasaron a fumarlo en papel de plata; la infección empezó a tratarse y ya no se morían. Luego llegó la cocaína, el champán de las drogas que consumían los guapos y ricos, y luchamos contra otra adicción, que en principio no estaba considerada como tal en los primeros manuales de trastornos mentales, pero es muy adictiva, como también lo son el cannabis o el alcohol, no solo la heroína. El que consumía coca iba, además, de sano por la vida, porque la tomaban con agua. Pero esto va por ondas. Ya se ha estudiado que las anfetas, que son más baratas y hacen el mismo efecto que la cocaína, repuntan cada 80 años. El éxtasis, por ejemplo, que se puso de moda con la Ruta del Bacalao, ya se usaba en la Segunda Guerra Mundial, en las trincheras alemanas. Y cuando pierde Japón la contienda, quedan 3 millones de anfetaminómanos enganchados en ese país. Ahora estamos en un repunte de la heroína. Pero en cada capítulo de esta historia, siempre hay que saber cómo tratar a los enfermos. Cuando se abrió la cárcel de Topas, nadie quería saber nada de los drogodependientes, ni siquiera hablar de programas de reducción de riesgos y daños, tales como sustitutivos con metadona o de intercambio de jeringuillas estériles, porque lo veían como un peligro, y nos costó hacerles entender que se estaban transmitiendo el sida y otras enfermedades unos a otros.

¿Qué tipo de dolor hay detrás de una adicción? ¿Qué se esconde en ese consumo?

En el año 84, Cruz Roja hizo un estudio muy serio en el que se definieron hasta 21 causas distintas en el inicio del consumo. Muchas veces no hay ningún malestar psicológico ni trastorno mental asociado; es solo por probar, algo social, y algunos salen de esa experiencia consumiendo y otros no. Se hablaba de la escalada de consumo, que nunca nos la creímos, porque no todo el que empezaba a consumir un porrito o un cigarrito acababa pinchándose heroína, pero había un porcentaje que sí lo hacía. La cuestión no es cómo se empieza, sino que llega un momento en el que, con las drogas que llamaban duras y que causan mucha adicción, el cerebro se neuroadapta, y ya no se puede funcionar correctamente sin la gasolina que te proporcionan. Entonces era muy fácil decir: “Yo los encerraba a todos en un programa libre de drogas y seguro que lo dejan”. Pero hay quien puede y quien no. Y a quien no puede, no sabe o no quiere no hay que darle una patada; hay que estar a su lado y escucharle con respeto. La dignidad de la persona no se nos puede olvidar jamás.

Habla de estos enfermos con mucho con cariño, pero imagino que no habrá sido fácil en muchos momentos…

Yo he tenido de todo, pero jamás he recibido de ellos una amenaza. Y hablo de gente que sacaba el cuchillo oxidado y te lo ponía encima de la mesa, pero nunca me sentí amenazado o perseguido. De hecho, yo entraba en el barrio chino por la noche y, si alguno me pedía “unas pelas”, yo le decía: “no me fastidies”, porque me reconocían y enseguida me pedían perdón. Un día, en la cárcel de Topas, hubo una movida seria, con amenazas y cuchillos de por medio. En medio de ese clima tenso, llega nuestra psicóloga, y los dos internos más peligrosos del centro se colocan uno a cada lado suyo. La acompañan a la sala de terapia y durante todas sus visitas, hasta que se marcha. Al salir, ella comenta lo ocurrido a los funcionarios de prisiones, y ellos le responden: “Te estaban protegiendo”. Siempre hubo un código de respeto mutuo.

¿Hay alguna una historia que lo haya conmovido especialmente y cambiara su forma de ver las adicciones?

Nada en particular, aunque podría escribir un libro lleno de anécdotas con todo lo que he vivido. Lo que más me marcó fue ese comienzo tan terrible, cuando todos los enfermos de sida se nos morían. Pero sí hubo una historia que me tocó especialmente. El periódico solía publicar fotos de drogodependientes pinchándose en el barrio chino, en aquellos hoyos llenos de ratas. Eran imágenes que llamaban mucho la atención y, claro, vendían. Un día publicaron la foto de una mujer que había muerto hacía un mes, y su madre vino a vernos, llorando. Se me cayó el alma a los pies. Les llamé y les dije: “Tenemos que hacer algo, porque esto es una cuestión de respeto a la dignidad humana”. Eso provocó un encuentro entre la prensa y los adictólogos. Hablamos mucho sobre el tema, y a partir de ahí dejaron de publicarse ese tipo de imágenes sensacionalistas. También empezaron a utilizar siglas, en lugar de los nombres completos de los detenidos. Fue un verdadero cambio de paradigma en la forma de tratar la información.

La sociedad los veía como escoria humana, y la prensa también.

En el barrio de Buenos Aires organizamos una mesa redonda promovida por el párroco, justo cuando había problemas de abastecimiento en Valladolid y mucha gente venía a comprar aquí. Nos sentamos frente a los vecinos indignados, por un lado, y los narcotraficantes, por otro. La situación no era nada fácil, y no sabíamos cómo iba a salir la convocatoria. Después de nuestra intervención, lo primero que nos comentó un vecino fue: “Según lo que usted dice, solo falta que me lleve al yonqui a casa”. Y yo le respondí: “Si usted ve a una persona cojeando por la calle y lleva una muleta para apoyarse, ¿le da una patada a la muleta para que se caiga?”. “Hombre, no”, me contestó. Y le repliqué: “Pues no haga eso con un enfermo. No se lleve al de la muleta a su casa, pero tampoco le dé una patada. Vea también a esas personas como enfermas”.

¿Cree que seguimos viendo la adicción como un fracaso moral, más que como una enfermedad?

No, eso ha cambiado ya.

¿Hay que legalizar las drogas o gestionar su consumo de otra manera?

Ese es un debate apasionante, pero imposible de abordar en una sola respuesta. Recuerdo a Carlos López Riaño, delegado del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas en los años 90, que era proclive a la legalización, al menos del hachís, pero en una sociedad todavía tan cerrada, ¿cómo plantear algo así?, si hasta nos costó introducir la metadona, porque nos acusaban de darles una recompensa a los drogodependientes. La legalización solo puede darse en una sociedad madura que lo haya debatido previamente, y claro, no para todas las drogas. Yo estuve en las salas de inyección de Ginebra y lo controlaban muy dignamente, pero en Zúrich fue una hecatombe —500 personas en una pradera haciendo cola para entrar a pincharse—, y en Andalucía se intentó hacer algo parecido y el resultado no fue el esperado. En su tiempo, España no dejaba consumir opio a los filipinos, y cuando llegaron los americanos, muy demócratas ellos, lo permitieron, pero luego tuvieron un gran problema de ciudadanos enganchados. O si hablamos de la ley seca de Estados Unidos, vemos la delincuencia y los problemas que acarreó la prohibición del alcohol, pero no se habla de que la cirrosis en la población irlandesa, que era la mayoritaria en aquella época, disminuyó en un 66%.

Si pudiera transmitir un solo mensaje a la sociedad sobre las adicciones, ¿cuál sería?

Básicamente, no empezar a consumir, porque no necesitamos las drogas para nada. Tomar una caña no es pecado, pero beber dos litros de vino y ocho copas es un problema para mi corazón, para mi cerebro, para mi hígado, etc. Y luego cuesta mucho dejarlo.

En el 2008 se incorpora al Centro de Referencia Estatal de Alzhéimer, y desde 2009 hasta la jubilación es su director médico. ¿Un lujo para Salamanca tener un centro así? ¿Cuáles son sus fortalezas y debilidades?

Sí, francamente, porque, además, este centro pudo haber acabado en otro lugar por la presión que hizo en su día el presidente de la Confederación Española de Alzheimer y Otras Demencias (CEAFA). Pero el entonces ministro de Trabajo y Previsión Social apostó por su tierra, y hay que reconocerle ese mérito. Su gran fortaleza es el abordaje holístico del paciente, porque el centro integró desde el principio el área médica, el área de intervención y el área social. Y todos los especialistas somos uno, con reuniones semanales que yo instauré y en las que todos hablamos de todo, estudiando en profundidad cada nuevo caso y con revisiones sistemáticas para evaluar objetivos, complicaciones o modificaciones en favor de un abordaje integral, que es fundamental en este tipo de pacientes.

El problema del centro será una alta demanda inasumible…

Este es un centro estatal, y recibimos solicitudes de toda España que la comisión debe valorar con mucho rigor. Realmente generamos una lista de espera importante, y por eso hemos ido adaptando los tiempos de estancia para poder funcionar por programas. Empezamos literalmente de la nada, solo con las paredes. Los profesionales tuvimos que diseñarlo todo: desde la historia clínica hasta los procesos diagnósticos y terapéuticos. Aunque el centro nace con una capacidad de 112 camas, iniciamos nuestra andadura en 2008, justo cuando estalló la gran crisis económica. Entonces solo pudimos abrir el centro de día, con 20 plazas, y desde ahí comenzamos a crecer. Fuimos incorporando progresivamente diferentes unidades de 13 camas, como las de respiro familiar o intervención psicosocial, pero llegó un momento en que se acabó el presupuesto. Aun así, con el tiempo hemos logrado consolidar un modelo de atención basado en programas, reduciendo el tiempo de estancia temporal y centrando la intervención en objetivos concretos. Nuestro enfoque es que los pacientes entren para ser estudiados, mejorados y estimulados. Hay que entender que el Centro de Referencia Estatal es uno solo para toda España, y no se puede pretender que todo el mundo ingrese aquí.

¿Cuáles son los retos de esta enfermedad cada vez más prevalente y que afecta ya a más de un millón de personas en España?

Ya se habla de 1.200.000, pero ni siquiera tenemos un censo real. Lo primero es hacer un plan nacional coherente que determine dónde hay que poner el foco y el dinero para mejorar la asistencia y la investigación.

¿Qué es lo más duro que ha visto en el día a día de un paciente con alzhéimer?

El drama absoluto, que no subyace, sino que superyace en el alzhéimer, es la pérdida de la identidad, porque llega un momento en el que el paciente ya no sabe quién es. Es difícil tratar a esa persona, que puede ser muy afable y muy cariñosa, porque lo último que se pierde cuando el cerebro se va atrofiando son los afectos, pero no entiende lo que le estás diciendo. Entonces, la importancia del cariño, la música, el baile, el contacto físico… es lo que hay que transmitir, no solo al personal de las residencias, sino a la sociedad entera, pero no acaba de entenderse. Y, desde luego, sin sujeciones físicas ni farmacológicas.

Tanto en la drogodependencia como en la demencia las familias viven un proceso especialmente duro. ¿Cómo se les puede ayudar a convivir con una situación así?

La importancia de la familia es absoluta. De mi época de atención a drogodependientes solo hay una persona viva, y fue porque tuvo la enorme suerte de que su madre, aparte de formar una asociación de autoayuda y promover asociaciones de padres, jamás le abandonó. Respecto a los familiares de las personas con alzhéimer, están muy desprotegidos en España. En los países escandinavos, por ejemplo, el 85% de los costes para la atención de estos enfermos son del estado, y el 15% de la familia, unos porcentajes que bajan al 50/50 en Centroeuropa y que en los países del sur, como el nuestro, se invierten, asumiendo la familia el 85%. ¿Quién se hace cargo de estos enfermos? Generalmente, las hijas o el cónyuge, a quien, además, le cuesta mucho dar el paso de ingresarlo y pedir ayudar profesional, porque siente que lo está abandonando.

“Los familiares de las personas con alzhéimer están muy desprotegidos en España”

¿Estamos preparados, los médicos y el sistema, para cuidar bien cuando ya no se puede curar?

Esa es la tendencia, y yo creo que cada vez estamos más preparados. En mi época, a los médicos nos enseñaban a luchar por la vida incluso con obstinación, pero ahora ya estamos llegando al concepto de limitación del esfuerzo terapéutico y de prescripción. ¿Para qué toma una pastilla del colesterol una persona de 90 años? ¿No es mejor que viva la vida de la mejor manera posible hasta que Dios quiera, si eres creyente, o hasta que la naturaleza determine? No nos entrenaron muy bien para acompañar la muerte, y este es uno de los retos más importantes de la bioética.

Es también experto en ética médica y, desde 2014, es vocal de la Comisión de Deontología en el Colegio de Médicos. ¿Qué peso tiene la ética médica hoy frente a la presión legal, económica o política en el ejercicio clínico?

La ética debería regir, subyacer o estar trasversalmente en cualquier acto humano. Si fuéramos éticos, no malversaríamos, no prevaricaríamos, no haríamos nepotismo, no pondríamos zancadillas al contrincante político como si estuviéramos en un patio de colegio… Y si hablamos de ética médica, lo primero es tener en cuenta que tratamos con personas. La persona tiene una dignidad por el simple hecho de serlo, y hay que preservarla siempre, no dándole la patada a esa muleta del drogodependiente, o no hablando delante de un enfermo de alzhéimer como si fuera un mueble porque ya no se entera. Hay que preguntarle siempre lo que quiere, y cuando la enfermedad avance mucho, simplemente darle a elegir cosas sencillas, como qué ropa ponerse; y si resulta que combina amarillo con rosa, no pasa nada. La persona por encima de todo, no la enfermedad. Siempre han estado en el centro los 2500-3000 drogodependientes que traté o las más de1000 historias que he visto en el Centro de Alzheimer. Puede haber protocolos, pero hay que adaptarlos siempre a la realidad de la persona, no al revés.

¿Qué desafíos éticos debe enfrentar hoy la práctica médica?

Más allá de los dilemas que llegan con la tecnología o la inteligencia artificial, lo más importante es que no podemos perder jamás en la vida el humanismo del acto médico; a las personas hay que tratarlas siempre con humanidad. Cuando yo me colegié en el año 83, alguien de la junta directiva me aconsejó que fuera distante con los pacientes, porque si me mostraba demasiado simpático revelaba falta de ciencia. Me tuve que callar, porque era un recién colegiado. Cuando he dado cursos sobre la compasión y la empatía, he hecho hincapié en la importancia del “padezco con”. Y no es que saque el pañuelo y llore contigo, sino que comprendo tu sufrimiento y, por esa razón, me pongo en tus zapatos y hago lo que tú quieras hacer con ellos. Este es el reto de la ética médica, pero a veces no interesa y suena a filosofía. Es mejor centrarnos en el adenocarcinoma del pulmón, que no tiene ética, pero ¿y si el paciente se niega a recibir una inmunoterapia? ¿Cómo afrontamos las negativas al tratamiento? ¿Es suicidio asistido? El reciente X Congreso Nacional de Deontología y Ética Médica ha premiado una ponencia sobre este debate, y de ahí ha salido la Declaración de Jaén, que recoge un Decálogo de recomendaciones éticas sobre la Medicina 5.0.

Los pacientes quieren estar informados, pero no siempre saben ni se sienten preparados para tomar la decisión.

Eso es porque nosotros no hacemos bien el consentimiento informado, que no es solo firmar un papel, hay que estar a su lado y explicar. Si el paciente luego se muere en un año, en vez de en seis, porque no ha querido operarse, ha sido su decisión. Pero todavía no estamos preparados para asumir esto.

Hablamos de los pacientes, que obviamente son el centro, pero ¿cómo se puede sostener la integridad ética del médico en un entorno sanitario a menudo precarizado?

El médico, que también es persona, tiene que saber pedir ayuda en determinados momentos. Yo he tenido la enorme suerte de trabajar en equipos interdisciplinares, y siempre hay compañeros a los que acudir. Además, en los colegios de médicos contamos con el programa PAIME, que nos ofrece una protección extraordinaria y absolutamente confidencial. Nos cuesta pedir ayuda porque no estamos acostumbrados a estar del otro lado de la mesa, pero hay que ponerse cuando es necesario.

¿Qué consejo le daría a un médico joven que comienza?

Que lo que haga, se lo crea, se lo beba como propio, lo introyecte y lo mantenga toda su vida con compasión y empatía.

¿A qué no se puede renunciar para ser un buen médico?

Lo primero de todo es la honestidad; hay que tener un código ético estricto de honradez personal, y eso no se aprende con una asignatura de ética en la carrera, hay que haberlo mamado de siempre, en casa, en el colegio… Yo tuve esa suerte, con mi padre y con mi madre. Y con eso, luego hay que pensar que siempre eres un igual, mujer o hombre, negro o blanco, cura o ateo, eres una persona, y a quien tienes enfrente es otra persona, cuya dignidad debe estar por encima de todo. Y no juzgar nunca.

¿El que no sea honrado entonces que no sea médico?

Claro, es que luego surgen los problemas. Te haces político y se te olvida, o llegan los conflictos que recibimos en la Comisión de Deontología y hay que llamar a un compañero y recordarle esta premisa básica. Sobre todo llegan quejas de pacientes que se han sentido maltratados, no por mala praxis, sino porque les atendieron sin empatía. Por supuesto, no siempre tiene razón el paciente, y la comisión escucha a las dos partes, sin corporativismo.

¿Qué retos tiene la medicina para seguir avanzando?

La investigación es absolutamente básica. Y ahora, lamentablemente, se está retrayendo. Está ocurriendo incluso en Estados Unidos, donde las prestigiosas universidades están viendo peligrar sus fondos debido a las políticas impulsadas por Trump. Pero en España tampoco es suficiente la financiación. Y mientras tanto, ¿qué pasa con investigaciones fundamentales, como las de los anticuerpos monoclonales, que son el futuro del alzhéimer? Los equipos de investigación están ahí. La pasión por investigar también. Por favor, señores políticos, tengan un poco de cabeza y pongan los recursos donde se necesitan. Yo estoy aterrorizado con el rumbo que está tomando el mundo: las guerras, los movimientos geopolíticos, el auge de las extremas derechas… En ese contexto, el arte, la cultura y la investigación suenan a chino. Todo lo que no sea dinero parece que no importa. Y eso nos está haciendo retroceder en ciclo donde vamos hacia la parte baja de la ola. Pero no podemos dejar de luchar: por la sanidad, por la educación, por todo aquello que realmente da valor y calidad de vida. Porque al final, como decía Sabater, la ética es vivir bien. Y eso no se logra sin cuidar de lo común y lo que de verdad importa.

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